Tuesday, July 24, 2007

Elena Poniatowska: al Zócalo en tren



Adriana Cortés Koloffon
Entrevista


Con El tren pasa primero (Alfaguara, 2005), Elena Poniatowska, autora de múltiples libros de crónicas, cuentos, novelas y ensayos obtuvo el Premio Rómulo Gallegos 2007. La escritora, cuya obra constituye un valioso testimonio sobre los movimientos sociales en nuestro país, publicó recientemente Amanecer en el Zócalo (Planeta, 2007), crónica que reúne sus experiencias, así como entrevistas, artículos y reportajes de diversos periodistas, sobre los cincuenta días de la resistencia civil que ocupó el Zócalo, las calles de Reforma y del Centro Histórico, y de la cual se ofrece un fragmento en estas mismas páginas.


Elena Poniatowska con Andrés Manuel López Obrador Fotos: Carlos Ramos Mamahua/ archivo La Jornada
-"Métase mi prieta entre el riel y el silbatazo", cuento incluido en De noche vienes, ¿es el origen de El tren pasa primero?

-Es un cuento de amor de un ferrocarrilero por su locomotora, y finalmente era una historia de una máquina loca de vapor que se perdía porque la querían cambiar por una máquina de diesel, entonces decían que en alguna estación perdida pasaba esta locomotora seguida de algunos vagones, pero que nunca se estacionaba, no se sabía qué era, una especie de locomotora fantasma. Yo creo que eso ya tenía mucho que ver con la idea de hacer después la novela sobre El tren pasa primero.

-¿Introduces en la novela personajes inventados?

-Sí, incorporo personajes inventados como todas las mujeres: Sara, la esposa, que es toda sufrida y es maestra, y que vale mucho. Rosa, que es un encanto, varias mujeres. Hay personajes hombres como Trinidad Pineda Chiñas. Yo le puse Trinidad porque me gustaba por lo de la Santísima Trinidad y porque también puede ser nombre de mujer. Es un nombre muy significativo porque abarca muchas cosas. Pineda Chiñas son dos apellidos muy oaxaqueños. Él es de Oaxaca, de Tehuantepec.

-Con todo, el personaje de Trinidad se basa en Demetrio Vallejo, líder del movimiento ferrocarrilero en la década de los años cincuenta...

-Yo tuve el privilegio enorme de entrevistarlo en Lecumberri porque siempre estaba castigado, apandado, era muy rebelde. Los mayores, los capitanes y los coroneles, el ejército que cuidaba la cárcel, decían que él les faltaba el respeto; no quería saludar a la bandera porque decía que no iba a saludar a una bandera hipotética, que además no la podía ver y que él no era militar y no tenía por qué salir a las seis de la mañana, cuadrarse, saludarla. Los demás ferrocarrileros sí lo hacían para no buscarse problemas, pero él jamás aceptó, además era muy bravo, entonces se la vivía en una celda de castigos, muy terrible, donde te pasan la comida a través de los barrotes y eso fue muy significativo de su rebeldía. Él iba a ser rebelde toda su vida, tanto en un movimiento de huelga, tanto frente al presidente de la República, tanto frente a sus demás compañeros, como en una situación de cárcel. Nunca cedió absolutamente en nada, nunca olvidó su compromiso, su capacidad de lucha era inmensa.

-Inclusive, en la novela algún personaje comenta que Trinidad no era de los que se dejaban comprar ni se le podía ofrecer una senaduría...



-Era un hombre íntegro, y en México este tipo de personajes populares suelen olvidarse. En nuestro país hay mucho racismo, somos racistas en contra de nosotros mismos, y un hombre pequeño, moreno, como Demetrio Vallejo, logró paralizar a todo el país con su simple audacia y certeza de tener la absoluta razón de querer mejores condiciones para los trabajadores; su ejemplo ayudó no sólo a los ferrocarrileros, sino a los electricistas, a los mineros, a todos los gremios, eso es lo que más miedo tenían los políticos y los empresarios: que les alborotara a todos los demás oficios.

-¿Por qué le resuelven la vida a Trinidad todas las mujeres que están alrededor de él?

-Porque así era, recuerdo que cuando Valentín Campa estaba en la cárcel, la mujer tenía que llevarle su portaviandas, irle a visitar; lo mismo David Alfaro Siqueiros. En la cola frente al negro Palacio de Lecumberri, con su bolsa del mandado, yo vi cantidad de veces a Angélica Arenal, la esposa de Siqueiros; todos los días de su vida le llevaba su comida, y ella se fue desgastando allí durante horas haciendo cola. Claro que dentro de esa misma bolsa ella sacaba un pequeño cuadro que había pintado David Alfaro Siqueiros, de pequeñas dimensiones para llevárselo a Misrachi, que los vendía. Recuerdo haber visto un maravilloso Zapata a caballo que se levantaba sobre sus patas traseras, me pareció una pintura notabilísima, y varios cuadros así los sacó Angélica de la cárcel.

-¿Qué más recuerdas sobre las visitas que hiciste a distintos personajes en la cárcel?

-También Guillermo Haro, mi esposo, fue a buscar a Siqueiros a nombre de El Colegio Nacional y sacó un retrato que le hizo a Alfonso Reyes que parecía un sátiro, ¡bueno no, un fauno!, tenía una enorme sonrisa, toda la vertiente lúdica de don Alfonso está allí captada y Guillermo fue a recoger ese cuadro allá a Lecumberri. Y después en varias ocasiones fuimos juntos a ver a Eli de Gortari. Guillermo era también muy amigo de José Revueltas, lo íbamos a ver al Polígono, que era una especie de redondel más chiquito que le gustaba mucho a Revueltas porque podía subir, había una como escalerita y él se quedaba muchas horas viendo el cielo y la cárcel como una inmensa estrella caída del cielo porque era así, de cinco picos o de seis, y cada uno de los picos era una crujía donde estaban los presos, había la "j", que era la de los homosexuales. Revueltas subía y yo creo que allí pensó en su novela El apando, y recuerdo que fui a ver a Octavio Paz, lo fue a ver una vez Margarita Michelena con la poetisa costarricense Eunice Odio y varias gentes.

-Dice Saturnino Maya, en El tren pasa primero: "educación política es lo que necesitamos", ¿qué opinas al respecto?

Se necesita educación política pero lo primero que nos hace falta es invertir todo lo que podamos en educación. Por eso la Secretaría de Educación y el Sindicato de los Maestros son tan importantes. Todo buen maestro yo creo que salva en parte al país. Yo le apuesto todo a la educación porque si tú educas a la gente hasta opina políticamente en forma mucho mejor que si no tiene educación, de la que todo depende, hasta la salud. Es importantísimo inculcarle a los políticos que la educación es cosa de primera necesidad, como los frijoles.

-¿Por qué dice Saturnino Maya que "la vida política de México ya se envenenó"?

-Bueno, sí, yo creo que la vida política de México a partir del momento en que los líderes sindicales se vuelven senadores es algo muy tremendo. ¿Qué tienen que hacer en el Senado los líderes sindicales como grandes amigos del presidente de la República o de los empresarios?, si de lo que se trata es de que defiendan a los trabajadores. Es lo que logró Fidel Velázquez: subordinar toda la clase trabajadora al gobierno.

-Y Trinidad Pineda: "Sé que si un hombre lucha y no se deja morir, la vida vale la pena"...

-Creo que uno tiene que luchar hasta el último momento aunque a veces cueste.

-¿Hace falta en México alguien como Trinidad?

-"Un hombre como éste no lo vamos a volver a ver en los próximos cien años": así me lo dijo un campesino en Ciudad Obregón a propósito de Andrés Manuel López Obrador. Yo no digo ni que es un santo ni que es Cristo ni perfecto, al contrario, creo que tiene muchos defectos, pero creo que es lo mejorcito que nos ha tocado, bueno, mejorcito no hay que decir -se oye muy feo-, creo que es nuestra mejor opción. Todavía tiene muchos seguidores en toda la República, a pesar de todas las divisiones en la izquierda.

-Meses después de publicado El tren pasa primero tuviste un papel muy activo junto con otras mujeres, como Jesusa Rodríguez, en un gran movimiento social, el mayor desde el cardenismo. ¿Tus experiencias las describes en Amanecer en el Zócalo?

-Allí estuvimos Jesusa y yo durante muchísimos días. Fue una proeza lo que Jesusa logró porque estaba allí desde las diez de la mañana hasta las diez u once de la noche animando a la gente, tenía dos teléfonos celulares y les hablaba a actores, poetas, para entretener a la gente durante muchas horas. Tenían agua, comida, todo en condiciones que no era nada fácil. Había mucha gente de setenta años para arriba que yo entrevistaba.

-En el libro escribes cómo tus amigos se decían preocupados que dejaras el movimiento...

-Sí, todo un mundo al que también pertenezco y detestan con toda su alma a López Obrador porque se sienten amenazados por él. Siempre he vivido en una dicotomía, creo que cada vez soy más rechazada por ese mundo y cada vez pertenezco más al otro. Pero también me gusta una casa con flores, con objetos bonitos y colores alegres y luminosos. A mí los muebles cubiertos de plástico me deprimen y en las casas de los ferrocarrileros había muchísimos muebles cubiertos de plástico y los cuadros están colgados a ras del techo para que nadie los alcanzara.

-¿Qué sostuvo el movimiento en el Zócalo?

-La esperanza de que contaran otra vez los votos y de que el presidente fuera López Obrador. Pero claro, de un lado está la gente pobre y del otro lado están los políticos y los empresarios que representan el dinero, los ricos. Es una sociedad ya muy escindida, hay un abismo entre las clases sociales de México, siempre lo ha habido.

-¿De qué crees que sirvió tanto esfuerzo, tanto sacrificio?

-La gente tiene mucho más conciencia política que antes, creo que sí hay una gran fuerza social con la que no contábamos que te da muchas sorpresas, que está llena de sentido del humor, de ironía y de capacidad de indignación en esa llamada sociedad civil.

-¿Recibiste amenazas?

Ah, sí, eso está en el libro: las llamadas, las amenazas, no sentí miedo pero sí sentí lo que podía ser el odio. Me llamaron muy noche, como a las dos de la mañana, una voz muy cálida, muy amistosa, de hombre, que me dijo: "Elena, hay un hombre en su jardín, háblele a la policía o si quiere yo hablo por usted." Me asusté, me puse la bata, prendí todas las luces de la casa y bajé, salí a la calle, estaba todo absolutamente desierto. Regresé, me senté en mi cama y pensé: eso ha de ser el odio, y me dio mucha tristeza.

-En El tren pasa primero el narrador escribe: "Pura gente encerrada en sí misma, pura gente que mira al tren irse y se queda parada a medio llano, diciendo como Juan Rulfo: ‘tanta y tamaña tierra para nada’"... ¿A los mexicanos se nos fue el tren?

-No, espero que no, pero el que también habló mucho del tren fue Juan de la Cabada, porque el viajó en un tanque agua con el agua hasta acá, creo que solamente podía sacar la cabeza y muchas veces se fue de polizonte porque el Partido Comunista nunca les daba para poderse pagar un boleto de tren, entonces se iban así colgados de mosca, que así se decía, iban de mosca en los trenes y corrían muchísimos peligros. Y sí, decirle a alguien que se le fue el tren es que fracasó, que la vida lo hizo pinole.

-¿Qué te dejó el movimiento en el Zócalo?

-Fue una enorme lección que voy a atesorar toda la vida. En el Zócalo enfrentaron la lluvia, las malas noticias que eran cotidianas, los sueldazos de los ministros de la Suprema Corte, mientras que ellos gastaban cinco o diez pesos en una casita para sostener el plantón. Su actitud, de una inmensa nobleza, me hace pensar también en Jesusa Palancares. Son mexicanos muy superiores a los que mandan, a los políticos que tienen puestos públicos y lo que hacen con ellos por el país, que finalmente es muy poco. Fue algo muy formativo, yo creo que a los setenta y cinco años todavía estoy cambiando, quiero quitarme de encima muchas telarañas, quiero parecerme cada vez más a mi madre, mi modelo de vida y de muerte también, porque quisiera morir así con esa serenidad, y me ayuda mucho ver cómo la gente tiene la valentía de enfrentar cualquier cosa. Yo nunca hubiera podido amanecer al día siguiente en el Zócalo y ya tener listo el café con leche, el atole, los tacos, las tostadas, toda esa inventiva, toda esa posibilidad de vida; yo me hubiera quedado allí como guajolote sin saber qué hacer. Me enseñaron su creatividad, su fuerza.

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