Tuesday, September 30, 2008

‘ Nosotros somos del Batallón Olimpia ’


Tlatelolco 68: ‘Nosotros somos del Batallón Olimpia’, confesaron los primeros en disparar

Francisco Ortiz Pinchetti


Esta crónica, escrita por el periodista Francisco Ortiz Pinchetti en tiempo presente y en primera persona como testigo presencial que fue de los hechos, se mantuvo inédita por 20 años, hasta que fue publicada en la revista ‘Proceso’ el 3 de octubre de 1988. La ofrecemos aquí con motivo de los 40 años de la masacre. -----

Hacia las cinco y cuarto de la tarde del miércoles 2 de octubre llego a la Plaza de las Tres Culturas. El Consejo Nacional de Huelga había convocado para las cinco a un mitin, al que seguiría una marcha estudiantil hasta el casco de Santo Tomás para exigir la salida de las tropas de ese plantel del Instituto Politécnico Nacional. Sobre la explanada, a la que rodean la iglesia de Santiago Tlatelolco, las ruinas prehispánicas, la Vocacional 7 y los modernos y enormes edificios habitacionales, se revuelven numerosos grupos de estudiantes. Unos llevan mantas y pancartas; otros, banderines de sus escuelas y facultades. Hay otros que, en coro, entonan arreglos satíricos de canciones populares contra el gobierno. Por todos lados, como hormigas, llegan más y más muchachos.



Hay también gente del pueblo. Muchos, vecinos que viven en los edificios de los alrededores y que han decidido asistir al mitin. Niños, que están ahí, curioseando. La concurrencia femenina es muy numerosa. No solamente muchachas estudiantes. También hay empleadas, amas de casa... y una vendedora de tortas. Un hombre que pasea por la plaza llama la atención. Lo acompañan dos niños y lleva un letrero de cartón: "No vino mi esposa, porque está enferma; pero vinieron mis hijos". La plaza se llena, poco a poco. Hay un ambiente alegre, relajado. En las alturas, desde la terraza del tercer piso del edificio Chihuahua —que limita la plaza por el Oriente— varios estudiantes y fotógrafos de prensa contemplan el panorama. Abajo, entre el gentío, caminan presurosos tres camarógrafos extranjeros. Uno de ellos, de la cadena estadunidense NBC. Los muchachos lo llaman, lo invitan a que filme.

El mitin va a comenzar, cuando son las cinco y media de la tarde. La explanada esta casi llena. Muchos estudiantes se sientan en la escalinata que da justamente frente al Chihuahua. No cesan los coros y las consignas. Subo al tercer piso del edificio Chihuahua. Arriba, al llegar a la terraza, varios estudiantes, auxiliados por un cordón, impiden el paso. Solamente lo permiten a dirigentes del CNH, oradores del mitin y periodistas, éstos previa identificació n. Obtengo al fin el acceso y, desde el extremo Norte de la amplia terraza observo el inicio del mitin. El orador, situado en el extremo contrario del mismo tercer piso y a través de dos grandes magnavoces, dice que la zona está totalmente rodeada por el ejército. "Hay tropa en Manuel González, en Reforma, en Santa María la Redonda...". Y anuncia, que, por ello, se ha decidido suspender la marcha programada para después del mitin. "No podemos exponernos", explica. "Así que, en cuanto termine
este acto, todos nos iremos a nuestras casas en perfecto orden. No haremos caso a sus provocaciones" .
Y empieza el mitin.

A mi lado, la periodista italiana Oriana Falacci pide a un joven que la acompaña la traducción de las palabras dichas por el orador. Enseguida se dirigen a mí. Oriana quiere saber el nombre del templo que está ligeramente a la izquierda de nosotros. —Santiago, Santiago Apóstol— se le responde. Luego me pregunta sobre la cantidad de personas que se encuentran en la plaza. "No sé calcular bien", dice ella sonriendo. Miro hacia la explanada y le contesto que serán unas 15,000, en ese momento. Porque de varios rumbos sigue fluyendo gente.

Uno de los oradores hace mención de las represiones sufridas por los enviados del CNH en diversos estados de la República. Luego se leen varias cartas en las que se apoya al movimiento. Unas son de grupos obreros y de estudiantes del extranjero. Todo se lleva en perfecto orden. El gentío, que ahora cubre la totalidad de la explanada, permanece atento, quieto, despreocupado. Los muchachos aclaman las frases vibrantes de los oradores. Junto a mí está ahora José Antonio Arce, subdirector de la revista Gente. Charlamos brevemente. Luego va en busca de algunos líderes. Al regresar me comenta satisfecho que concertó una entrevista con los dirigentes del CNH en pleno. Y se dedica a tomar fotografías. El orador en turno pide que se emprenda un boicot contra El Sol de México, por su actitud desinformadora y manipuladora acerca del movimiento. "Que en un mes —insta— no se venda un solo ejemplar de El Sol". Invita a los concurrentes a aprobar la
medida: un mar de manos cubre la plaza.

Desde el inicio del mitin dos helicópteros sobrevuelan el área. Los muchachos le silban cada vez que aparecen sobre sus cabezas. A lo lejos, proveniente del lado Poniente de la plaza, o sea de la avenida Santa María la Redonda, se aproxima una columna de ferrocarrileros. Portan una manta enorme en que manifiestan su adhesión al movimiento estudiantil. El orador anuncia su presencia y el júbilo estalla. La multitud recibe a los rieleros como héroes, entre vítores, porras y aplausos. El contingente pasa entre la gente que lo aclama para situarse en la orilla de la explanada, precisamente frente al Chihuahua. Unos minutos después, el orador interrumpe de nuevo su alocución. Otro contingente de ferrocarrileros viene a sumarse a la causa. "Desconocemos las pláticas Romero-GDO", dice la manta que enarbolan. Otra vez el júbilo, las porras, los aplausos. Pasadas las seis de la tarde el mitin continúa con el mismo orden en que comenzó. En los rostros
hay expresión de alegría, de innegable satisfacción.

Alrededor de las 6:10 es cuando, por detrás de la iglesia de Santiago, presumiblemente desde el vestíbulo del edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ascienden hacia el cielo dos cohetones que, al estallar, se resuelven en dos bengalas de intenso color verde. Quienes estamos en la terraza vemos cómo las bengalas descienden lentamente. Al mismo tiempo, abajo, en la plaza, la gente antes inmóvil se inquieta, empieza a moverse. Se oyen gritos: "¡Ahí vienen!" y la muchedumbre se mueve, se agolpa, hacia la parte Sur de la plaza. Desde la tribuna de la terraza el orador pide calma. "¡No es nada!", grita. "Solo tratan de provocarnos. No es nada. Son luces...".

Abajo, un sector de la concurrencia trata de detener la desbandada, provocada por el terror de algo que no se sabe exactamente que es. Hay un coro: "¡orden!, ¡orden!, ¡orden!...".
En eso, justo abajo de donde nos encontramos, se escucha un estruendo. Se escucha o se siente. Como una explosión, no demasiado fuerte. La confusión cunde, en la plaza y en la terraza. Hay gritos, carreras, ruido. Miro a la plaza y veo una dramática desbandada; pero no puedo seguirla presenciando: a nuestras espaldas —ascendiendo por la escalera que yo había utilizado media hora antes— tenemos a numerosos individuos armados con metralletas y pistolas. Visten ropa de civil. Gritan nerviosamente. La confusión es terrible.

A empellones, los sujetos armados nos obligan a replegarnos hacia la pared, donde se encuentran las puertas de dos elevadores. Gritan e insultan. Amenazan con sus armas. De espaldas a la pared, en medio de aquella confusión, de aquel correr, gritar, aventar, alcanzo a ver como un jovencito —de unos 15 años de edad— se empeña en mantener en su sitio uno de los magnavoces. Se mueve, como si un fortísimo viento lo hiciera tambalear. Los hombres armados nos ordenan acostarnos sobre el piso, con las manos en la nuca. Al hacerlo veo como uno de ellos, armado con una pistola escuadra, dispara hacia abajo varias veces. Hacia el gentío, supongo. Son los suyos los primeros balazos. Todo ha transcurrido en segundos. Desde que aparecieron las bengalas hasta que somos obligados a tendernos, no ha pasado más de un minuto. Todo, en segundos. Como en segundos —y después de que veo al hombre disparar— se desata una balacera colosal. Entre el estruendo
sobresale el ruido peculiar de las ametralladoras. Nuestra terraza es blanco de millares de balas.




Tirados boca abajo, amontonados, con la respiración entrecortada, impedidos para buscar refugio o escapar del horror, sentimos cómo las balas pasan a unos centímetros de nuestras cabezas y hacen impacto en la pared, desprendiendo trozos de mosaico y haciendo caer yeso y tierra sobre nosotros. Nuestros captores no cesan de ordenar: "¡Nadie se mueva!", gritan. "¡Traidores!, ¡comunistas!, ¡cabrones!. ¡No levanten la cabeza!. ¡El que se mueva se lo lleva la chingada!". La balacera llega a su apogeo. Nadie sabe a ciencia cierta lo que ocurre. Ni siquiera la identidad de los sujetos que apuntan sus armas hacia nosotros sin retirar el dedo del gatillo. Menos podía saberse lo que ocurría allá abajo, en la plaza. Levanto ligeramente la cabeza y observo que nuestros captores están también tirados en el piso; pero ellos boca arriba y sin dejar de apuntarnos. "¡Baje la cabeza, hijo de la chingada!"

El alud de balas no cesa. Noto que de la terraza del Chihuahua ya no se hace ningún disparo —al principio se escuchaban perfectamente y olía a pólvora—; pero llegan en ráfagas interminables. Varias veces siento golpes en el cuerpo que me hacen suponer que he sido alcanzado por las balas. Siento un golpe seco en la pierna izquierda, que empieza a temblarme sin control. No hay dolor. Sólo el temblor en la pierna y la respiración agitada. Empiezan a escucharse angustiosos ayes, gritos de auxilio, llantos. Se escucha también el ruido del agua que cae por alguna parte. Y el ronroneo de una compresora, parte del equipo de sonido instalado para el mitin que sigue funcionando. Y los balazos. Oigo los gritos de nuestros captores, que ahora parecen tratar de identificarse con quienes disparan desde abajo. "¡Blanco!, ¡blanco!", gritan una y otra vez.

Me vuelvo y observo que varios de ellos, sin dejar de apuntarnos, agitan una mano, mostrándola hacia el exterior a través de un trozo abierto de la terraza. "¡Blanco!, ¡blanco!, ¡blanco!", gritan y vuelven a gritar. Al fin, cesa el fuego. De inmediato escuchamos la orden: "¡nadie se mueva!..." y "hasta que el mayor lo ordene". Ahora, los quejidos, los lamentos, el ruido producido por la compresora y por el agua al caer, recobran su brío. Vuelven a escucharse disparos, aunque lejanos y aislados. Los sujetos armados vuelven a gritar: "¡Somos Batallón Olimpia!..." . La respuesta es una ráfaga de ametralladora. Y otro silencio. Luego, voces: "Hay un herido. Que suban la camilla". Se oye un disparo, fuerte, hecho en la misma terraza. "¡Nadie dispare!", ordena alguien, tajante. A pocos instantes, otra vez la balacera. Escucho perfectamente cómo las ametralladoras, implacables, barren piso por piso el edificio. También nuestro piso. La
desesperación se apodera de nuestros captores. Muchas veces gritan que son "Batallón Olimpia". Nos hacen gritarlo a coro a todos. "Una, dos, tres: ¡somos Batallón Olimpia!..." . Todo en vano. Siguen las balas. Alguien sugiere que se desconecte la compresora, para evitar su ruido. Otro propone que se utilice el equipo de sonido para hecerse identificar. Una voz rotunda ordena silencio. Captores y detenidos parecemos identificarnos ante la común angustia. Otra orden: "Que pasen en cadena un walkie talkie". Al parecer, tampoco esto es posible, pues a poco se ordena que alguien baje para avisar y pedir auxilio: "Que digan que somos Batallón Olimpia. Que tenemos como cincuenta detenidos. Que suban una camilla...".

Por fin cesa el fuego. Unos minutos de incertidumbre, todos inmóviles, preceden a la orden de evacuar la terraza. Uno por uno, sin permitirles levantarse, los detenidos son cacheados y arrastrados hacia la escalera. Espero mi turno. Alguien me jala de la ropa. Miro. Uno de los del "Olimpia" me revisa rápido, nervioso, bruscamente. "Soy periodista", le digo. Su respuesta es un insulto. Me empuja rumbo a la escalera. El, como yo, tendido en el piso, pero sin dejar su arma. En la orilla de la escalera, sobre un charco, me recibe otro sujeto. Apuradamente, sin levantarme, me identifico. Este es cordial. Me ordena bajar rápidamente. Lo hago parte a gatas y parte a pie, hasta llegar al descanso del segundo piso. Veo a otro sujeto y le pregunto qué hacer. Me señala la puerta abierta de un departamento. Al entrar, varios sujetos me golpean, uno de ellos con algo duro, en la cabeza. A gritos les indico que soy periodista. Un hombre alto y grueso, que parece
ser el jefe, me jala y me lleva a un pequeño baño. Allí están otros dos individuos armados. El "mayor" —oigo que así le llaman— observa mi credencial de Jueves de Excélsior y cambia de actitud. Me invita a permanecer en el baño y me ofrece tranquilidad. Uno de sus acompañantes se disculpa ("¿Qué pasó con su guante blanco?. Mira. ¿No te dijeron?. Te hubieras puesto un pañuelo"). Y me ofrece una toalla para secarme.

Mientras eso hago observo a través de la puerta del baño hacia la estancia del departamento. Está atestado de jóvenes detenidos. Hombres y mujeres. Todos están sentados en el piso y se les ha ordenado quitarse los zapatos. Aunque la luz esta apagada, gracias a la que se filtra del exterior puedo ver los rostros aterrorizados. También logro ver, con dificultad, parte de una habitación contigua a la estancia. Allí, dos sujetos golpean brutalmente a un muchacho, hasta hacerlo desplomarse. Sobre una cama hay alguien que se queja. También en la estancia hay varios heridos. Lo noto cuando el "mayor" pregunta si los hay. Entre gritos y empellones es introducida al departamento una muchacha, la cual es colocada en un rincón, junto a la puerta del baño y a unos metros de mí. Uno de los que la trajeron le increpa: "Traidora desgraciada —le dice— ¿qué es lo que quieren?, ¿para qué meten violencia si en México tenemos paz?. Aquí no le falta
nada a nadie. Son unos traidores... ". Luego ordena que sea cacheada: "¡Revísenle hasta las nalgas; no les dé pena!... Esta es una fichita". Y se la llevan a jalones. Poco después la traen, desaliñada y medio desnuda. Llora sin cesar. Vuelve a ser insultada e interrogada. Da su nombre, su dirección y otros datos.

Los minutos transcurren lentamente. Permanezco sentado sobre la tapa del excusado. Fumo. Junto a mí está un guardián armado, que me comenta: "Yo nunca había echado bala así. Esto es horrible. Mataron a mi compañero. Los dos llegamos hace poco de Tabasco". Le pregunto a qué corporación militar o policiaca pertenece. "No", responde. "Nosotros somos del Batallón Olimpia". Y ante mi ansiedad por salir de esta pesadilla, me aconseja calma. "Te conviene esperar", dice. "Aquí estas seguro. Si ahorita bajas, te dan. Mejor espérate". Comprendo y espero. Al rato oigo que empiezan a bajar a los detenidos, uno a uno. Regresa el "mayor". Viene por mí. Me saca y, juntos, bajamos la escalera. A lo largo de toda ella hay una valla de agentes que golpean despiadadamente a los detenidos que son bajados. El "mayor" tiene que abrazarme y, a la vez que lleva la mano enguantada al frente, va gritando "¡blanco!, ¡blanco!" para evitar que sea yo golpeado.

Rápido llegamos a la planta baja. El "mayor" me encomienda a otro individuo, que me obliga a colocarme de cara a una columna, con los brazos en alto. Así permanezco tal vez diez, quince minutos. Durante ese lapso otros tres sujetos se acercan, con ánimo de golpearme. "Parece que es periodista", los ataja mi guardián. Por fin llega la orden; "Dice el coronel que lo suelten. Que se vaya. Nada más que salga usted por donde pueda y vaya gritando 'blanco', por si acaso...". Así lo hago. Camino por el amplio vestíbulo de la parte posterior del Chihuahua —el lado contrario del que da a la plaza—. Al pasar por otra de las entradas encuentro a Fausto Fernández Ponte, reportero de Excélsior. Quiere subir, porque vive ahí y su familia está arriba. Me alcanza luego un fotógrafo de Diario de la Tarde. Juntos seguimos avanzando al grito de "¡blanco!, ¡blanco!". Al cruzar el pasillo que separa al Chihuahua de la explanada de la iglesia veo a varias
personas tiradas. Solo las veo quietas. No sé si muertas. No puedo averiguarlo.

El fotógrafo y yo rodeamos la iglesia. Dos o tres veces somos detenidos por militares. Una de ellas por un teniente. Nos pide identificarnos. Luego nos pregunta:
—¿Estaban en el edificio?
—Sí señor.
—¿Quiénes estuvieron disparando desde ahí?
—Los del Batallón Olimpia.
—¿Cómo? —inquiere, notoriamente asombrado, confuso— ¿no eran los estudiantes?
—No. Eran los del Olimpia. Ellos estuvieron tratando de identificarse, pero no lo lograban.




Y, pensativo, desencajado, el oficial nos franquea el paso. Al aproximarnos al vestíbulo del edificio de Relaciones, en una de las zanjas de las ruinas prehispánicas, veo a muchos jóvenes amontonados. Supongo que son detenidos. Cautelosamente recorremos el vestíbulo. Junto a una columna, pecho a tierra, está un soldado vigilante. Damos vuelta. Al fin estamos fuera del horror, en la calzada Nonoalco. En la orilla de la acera, un cordón de soldados —bayoneta calada, rostro recio— impide el acceso a la zona. Frente a ellos, una muchedumbre —estudiantes, mujeres, vecinos— vocifera indignada: "¡Asesinos!", les gritan en su cara a los militares. Estos, en un momento dado, avanzan hacia la gente y la hacen dispersarse momentáneamente. A media cuadra vuelven a reunirse y a gritar. Son casi las nueve de la noche.

(Octubre 4 de 1968.)

Contra el olvido

A 40 AÑOS

El Memorial de la UNAM y la muestra A 40 años del 68 mantienen vivo el recuerdo del movimiento

Alberto del Castillo Troncoso


Obra de Óscar Guzmán, el fotomosaico Discrepar, 2007, se expone en el Memorial del 68, ubicado en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco

El 30 de septiembre tuvo lugar uno de los episodios más significativos del movimiento estudiantil de 1968: la realización de un mitin frente a la Cámara de Diputados organizado por la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, el mismo grupo que había refutado el informe de Gustavo Díaz Ordaz y le había dicho públicamente al presidente que la violencia ejercida contra ellas las semanas previas provino de las fuerzas armadas y policiacas, y no de los estudiantes.

El hecho pasó desapercibido en la mayor parte de los periódicos, pero es de un simbolismo muy importante, ya que se trata de la única ocasión en que las mujeres convocaron a un acto público y ejercieron un liderazgo político indiscutible.

El hecho de realizar el acto e invocar al Poder Legislativo también representa una impronta simbólica muy relevante, ya que ponía en relieve la falta de independencia de los poderes de la Unión y la supremacía del Ejecutivo, que derivaba en la ausencia de democracia.

Por todo ello, se trata de una de las reivindicaciones ciudadanas más importantes durante el movimiento, por lo que no sorprende que haya sido marginada por casi toda la prensa.

Una de las excepciones más destacadas en la cobertura corrió a cargo de la revista por qué?, dirigida por Mario Menéndez, que dedicó tres fotografías de los Hermanos Mayo, contextualizadas oportunamente por un reportaje.

En un número posterior, el director desplegaría algunas de estas imágenes intercaladas con las fotografías de los cadáveres de algunas mujeres asesinadas por el gobierno el 2 de octubre. El mensaje icónico resultaba evidente: las madres de familia habían sido ultimadas por la capacidad de protesta desplegada un par de días antes frente a la Cámara de Diputados.

La memoria y el olvido

A 40 años de distancia se ha inaugurado un museo que aborda por primera vez los hechos del movimiento estudiantil. Se trata del Memorial del 68, ubicado en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, justo a un lado de la plaza de las Tres Culturas.

El reto para la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)), que encabeza este proyecto, resulta muy interesante, y consiste en superar el peligro evidente de convertir un movimiento dinámico y contestatario en una estatua, con la posibilidad de fetichizarlo o, peor aún, de canonizarlo mediante una apología idealizadora, trazada a partir de un guión de lo “políticamente correcto” en los nuevos horizontes sociales y culturales de la nación mexicana, en la que casi toda la clase política se asume como heredera del 68.

A contrapelo, el Memorial del 68 abre una perspectiva crítica de los sucesos, se aleja tanto de los discursos oficiales como de la retórica esquemática de la izquierda, y apuesta por la diversidad, representada, entre otras cosas, por la riqueza de la historia oral como núcleo central para tejer los testimonios de los propios participantes y recrear la percepción del fenómeno a la distancia.

Los testimonios de 57 personas, entre los que se encuentran ex líderes del Consejo Nacional de Huelga (CNH), políticos, intelectuales, artistas, escritores y analistas de distintas tendencias se entrecruzan en monitores y otros espacios audiovisuales, y se contextualizan por medio de la presentación de secuencias fotográficas que dan contenido a los episodios más relevantes del 68.

Un espacio particularmente revelador es en el cual convergen las voces y reflexiones de Gilberto Guevara Niebla, Marcelino Perelló, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Luis González de Alba y Sócrates Amado Campos Lemus en torno a la participación de éste en la instalación de una guardia estudiantil en el Zócalo la madrugada del 28 de agosto, en lo que se considera uno de los errores más graves del CNH.

El incluir a todas las voces del conflicto es un acierto museográfico que permite tomar distancia de las mitologías, ofrece un panorama más complejo de los sucesos y deja las conclusiones al juicio de los receptores.

La iconografía del 68 ha cumplido un año en el Memorial. Las imágenes fotográficas interpelan la memoria del público y remueven recuerdos y testimonios que habían permanecido en el olvido.

Me ha tocado constatar el diálogo de padres de familia con sus hijos adolescentes en torno a las imágenes evocadoras de la marcha del silencio o de otros episodios que movilizaron a miles de personas.

El estudio sistemático de la recepción de los registros orales y gráficos, así como el uso de los mismos por públicos recientes, constituye uno de los factores más relevantes que permitirá realizar un diagnóstico más certero de los hechos.

La renovación creativa del Memorial o su conversión en un espacio reproductor de mitos, dependerá de la capacidad para abrir el espectro del 68 y de su flexibilidad para cotejar los hechos locales con las experiencias ocurridas en otras latitudes.

A 40 años del 68

A partir de hoy se inaugura otra muestra en la UNAM con el apoyo y colaboración del Instituto Mora y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, con el título de A 40 años del 68.

Se trata de un espacio para reflexionar sobre los hechos y se propone una lectura de fondos documentales muy interesantes, entre los que puede verse la respuesta de la UNAM frente al conflicto y el contenido de algunos informes de inteligencia del gobierno.

Sin embargo, la pieza fundamental está representada por el trabajo de Manuel Gutiérrez Paredes, el fotógrafo contratado por Luis Echeverría para registrar el movimiento, cuyo archivo puede ser consultado en los acervos del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IIUE-UNAM), en lo que constituye una verdadera mirada del poder. Es la primera vez que se presenta este material debidamente contextualizado, por lo que constituye una aportación significativa a la interpretación del movimiento.

Es de esperar que ambas exposiciones, la del Memorial y la del IIUE, contribuyan a enriquecer la memoria colectiva sobre los hechos y a generar nuevas pautas de lectura e interpretación de los mismos en las nuevas generaciones.

¿Nació el capitalismo sensato?

La respuesta a la inestabilidad del capitalismo global, pasa por las cuestiones de la propiedad pública, de la capacidad de planificación e intervención social.

Jorge Costa en Bloco de Esquerda / Traducción Insurrectasypunto

Las intervenciones de gobiernos ybancos centrales, en un intento de contención de la crisis financiera, impresionan por su dimensión (se realizó en Septiembre de 2008 la mayor nacionalización de la historia del capitalismo, 85 billones de dólares) y por su insuficiencia (la crisis continua evaporando las inyecciones masivas de dinero público). Todavía, en lo esencial de su naturaleza, estas intervenciones no constituyen una novedad absoluta: la socialización de las pérdidas o de los fraudes del capital han sido una de las tareas mas importantes del Estado liberal, concretada ante las deslocalizaciones*,quiebras fraudulentas, etc.

En la presente crisis se hace especialmente evidente la transferencia de riqueza de la economía productiva y del trabajo (impuestos) para el capital financiero. Ya sea como parte de lamedicación para los especuladores confundidos (inyecciones de liquidez), ya sea en la cobertura destinada a la supervivencia del valor de las empresas (nacionalización del Northern Rock, Fanny Mae, AIG…).

Esta evidencia brutal, diariamente presentada por los medios de comunicación en todo el mundo,amenaza el mito de la auto-regulación de los mercados y el dogma de la austeridad, ahora subvertidos por la generosidad estatal. Al mismo tiempo, abre un debate global sobre la emergencia social. Los recursos movilizados para salvar accionistas en crisis siempre estuvieron disponibles, pero les fueron negados a las necesidades urgentes de nuestra época.

Ese secuestro de la riqueza pública nunca fue tan escandaloso. Para la izquierda socialista que moviliza opiniones y movimientos, es horade reforzar la exigencia de políticas públicas: en la Europa do BCE, urge un plan de inversiones para enfrentar el alza del costo de vida y el desempleo; en los Estados Unidos, para atender a la ausencia de la salud pública; en Portugal, para financiar un régimen de reformas dignas.

Por otro lado, es cierto que la nacionalización de instituciones financieras norteamericanas e inglesas es una “hospitalización” temporaria para parar las hemorragias antes de devolver los pacientes al casino. Pero también es cierto que estas nacionalizaciones instalan, como desde hace décadas no sucedía,un debate estratégico en el campo de la economía. Tal debate puede morir antes de nacer, si queda sujeto a “nuevos consensos” y a laafinación de instrumentos que vuelvan el capitalismo mas regulado y previsible.

Pero puede también, por el contrario,desarrollarse una disputa de fondo, en torno del modelo económico y de la propiedad social. En la banca como en los combustibles, por ejemplo: ante la crisis climática, el mundo debe rendirse antela rentabilidad privada de un sector con ganancias astronómicas (arriesgando además la creación de nuevas burbujas financieras con el comercio de carbón) o debe optar por nacionalizaciones que reviertan esos recursos para políticas ambientales activas?

Es divertido asistir a la presurosa conversión de los fanáticos liberales a un “capitalismo sensato”. Pero, la ideología del libre mercado y de la austeridadpresupuestaria no tardará en salir del hoyo donde hiberna por estos días, lista para presentar a los mas débiles lasnuevas facturas de la presente crisis. La respuesta a la inestabilidad del capitalismo global, pasa por las cuestiones de la propiedad pública, de la capacidad de planificación e intervención social. El descrédito del liberalismo convoca a las verdaderas alternativas.

* Movimiento que realizan las empresas multinacionales, al trasladar sus centros de trabajo haciapaíses del Tercer Mundo, lo que les supone manejar costos muy reducidos.

Texto originalen portugués: http://www.esquerda.net/
http://www.insurrectasypunto.org

Monday, September 29, 2008

Propone AMLO a sus adversarios plan anticrisis para salvar a Pemex




■ Se dice dispuesto a dialogar y llegar a un acuerdo si se retiran iniciativas privatizadoras

■ Pide en el Zócalo respaldar el programa de acción inmediata para el fortalecimiento de la paraestatal

■ El llamado incluye a las fuerzas políticas y a representantes de todos los sectores

Alma E. Muñoz y Enrique Méndez



Andrés Manuel López Obrador se mostró dispuesto “a dialogar y a llegar a un acuerdo con nuestros adversarios, si se hace el compromiso de retirar en definitiva las iniciativas de privatización de Petróleos Mexicanos (Pemex) y se apoya el programa de acción inmediata para el fortalecimiento de la paraestatal”, elaborado por un grupo de intelectuales y expertos en la materia; el ofrecimiento incluye que se admita un “plan anticrisis” que presentará el Frente Amplio Progresista (FAP) en el Congreso de la Unión, espacio donde podría concretarse ese pacto.

“Para rescatar al país de la crisis actual estamos dispuestos a construir un acuerdo con todas las fuerzas políticas y con los representantes de todos los sectores sociales de México, siempre y cuando se convenga cambiar la política económica para apoyar a la mayoría de los mexicanos, en especial a los pobres y desposeídos del país, y todos nos comprometamos a no permitir la privatización de la industria petrolera, en ninguna de sus modalidades”, afirmó al encabezar un mitin en el Zócalo capitalino.

A pesar de ello, López Obrador mantuvo la alerta ante la posibilidad de un albazo por parte de Felipe Calderón y las cúpulas del PRI y del PAN para aprobar un dictamen que muy posiblemente, dijo, se prepara en reuniones en casas particulares u hoteles. “De ser así –expuso– estén muy pendientes porque vamos a movilizarnos, habrá resistencia civil pacífica y no habrá multa o sanción que nos impida ejercer el derecho constitucional de manifestación. Además, la libertad y la justicia no se imploran, se conquistan”.

En su intervención dirigida a miles de personas que en su mayoría marcharon, previamente, desde del Ángel de la Independencia, el ex candidato presidencial condenó una vez más “el acto terrorista de Morelia”, y rindió homenaje a los jóvenes que participaron en el movimiento estudiantil de 1968 porque, refirió, fueron ellos los que abrieron los cauces democráticos del país. “Cuarenta años después, como ellos, seguimos luchando por la justicia, la democracia y la libertad”.

Previamente, y poco antes de que el embajador Jorge Eduardo Navarrete explicara el contenido del libro de López Obrador, La gran tentación: el petróleo de México, desde detrás de las vallas un hombre robusto y de bigote utilizó el palo de una pancarta para golpear en la cabeza al ayudante de camarógrafo de la empresa Televisa, Abel Urrutia. Ello le causó una herida en el lado izquierdo de la frente, y un médico lo atendió detrás del templete para detener la hemorragia.

Después, a lo largo de su discurso en asamblea informativa del Movimiento en Defensa del Petróleo, el “presidente legítimo” planteó en cuatro ocasiones su disposición a un acuerdo. Pero acotó que ello debe implicar un trato serio de sus adversarios, que exige voluntad, compromisos y responsabilidad de todos en el Congreso de la Unión, porque “es obvio que no aceptaremos la simulación ni el engaño”.

Delimitó que si los adversarios del movimiento “optan por seguir haciendo la política de siempre, ésa donde sólo cuentan los intereses de una minoría y no las demandas y aspiraciones del pueblo, de una vez les decimos que sigan su camino, que nosotros vamos a continuar ejerciendo el legítimo derecho de hacer una nueva política para poder construir una República más justa, más humana e igualitaria”.

Y si aceptan la propuesta, agregó, “vamos al acuerdo para salvar al país y a proteger a nuestro pueblo”. Se mostró seguro que si se aplica su plan, “se puede frenar la crisis, enfrentar la incertidumbre y crear un ambiente de seguridad, de aliento y de esperanza al pueblo de México. Ello con la participación de legisladores de todos los partidos políticos y representantes de todos los sectores sociales”.

Al respecto, precisó que en el Poder Legislativo están representadas todas las fuerzas políticas del país y desde ahí podría convocarse al resto de la sociedad. En específico, resaltó que como la Cámara de Diputados tiene la facultad exclusiva de aprobar el Presupuesto de Egresos de la Federación, la mayor parte de las propuestas se consolidarían con una nueva orientación del gasto público.

“En pocas palabras, se necesita que el destinatario del presupuesto sea el pueblo y no los potentados y la alta burocracia. En consecuencia, voy a solicitar respetuosamente a los legisladores del Frente Amplio Progresista, que presenten a sus homólogos de otros partidos este plan anticrisis”, dijo. Se refirió a los que estaban a su lado: Alberto Anaya, coordinador de los senadores del PT; Dante Delgado y Alejandro Chanona, coordinadores de Convergencia, y a Javier González Garza, de los diputados del PRD. López Obrador detalló enseguida los pormenores de su “plan anticrisis”.

Dijo que en materia económica, para enfrentar la crisis y evitar que se agrave la situación, “se debe fortalecer nuestra producción interna para, cuando menos, evitar un mayor desempleo y disminuir el déficit comercial”. Sostuvo que esto puede lograrse aumentando la producción para depender menos de las importaciones de gasolinas, diesel, gas natural, alimentos y toda la gama de productos manufacturados, que no son competitivos por los altos costos de los energéticos y del crédito.

Afirmó que los fondos para el plan pueden obtenerse con la reorientación del 50 por ciento de los 400 mil millones de pesos que el gobierno federal destina a gasto corriente; a esto se sumarían, dijo, otros 200 mil millones por ingresos extraordinarios de la venta de crudo de exportación.

Con esta bolsa de 400 mil millones de pesos, consideró, se pueden financiar proyectos de alto impacto económico para mejorar el nivel de empleo, la competitividad y atemperar la crisis social y el clima de inseguridad. También se incluyen los diez puntos presentados por él mismo la noche del 15 de septiembre.

López Obrador insistió en que la propuesta elaborada por los intelectuales, artistas y expertos permitirá que se asignen mayores recursos a Pemex, y demuestra que no se requiere “invitar” a inversionistas extranjeros para fortalecer a la empresa.

El ex candidato presidencial presentó un saldo de lo que denominó “la política de pillaje llamado neoliberalismo”, en la que incluyó una crítica a “muchos intelectuales y comunicadores al servicio de la derecha” que, afirmó, se condujeron “como borregos” porque “repetían y consideraban válida la seudoteoría del goteo, según la cual si le iba muy bien a los de arriba, les iría bien a los de abajo; si llovía fuerte arriba, goteaba abajo, como si la riqueza en sí misma fuera permeable y contagiosa”.

Por la noche, López Obrador viajó a Los Angeles, California, junto con el cineasta Luis Mandoki, recientemente galardonado en el Festival Internacional de Cine Latino en esa ciudad, por Fraude: México 2006. Se confirmó que el tabasqueño concederá entrevistas a medios de comunicación, ofrecerá una conferencia y sostendrá encuentros con la comunidad latina.

La soledad de América Latina

Gabriel García Márquez


Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

[Discurso de aceptación del Premio Nobel )



El Inframundo

Agencia Proceso


En Ciudad Juárez, cuya fama arrastra feminicidios, ejecuciones y guerra entre narcotraficantes, un viaje al infierno en la tierra está a la mano de cualquiera… Son cientos, miles de picaderos de heroína, en donde seres que apenas llevan nombre, mujeres que ya no sueñan, jóvenes que viven para la droga y se drogan para “vivir”, capaces aun de matar por ella, deambulan como autómatas en medio de la podredumbre y el olvido oficial. La reportera y el fotógrafo de Proceso se internaron en este inframundo, y en este reporte especial lo muestran tal como es: descarnado, enfermo, delirante (crudo, le agregaría yo)…

CIUDAD JUAREZ, CHIH.- Piltrafa humana, a Eduardo lo inunda un inesperado ataque de pudor. Siempre indiferente a las miradas, ahora le incomoda la promiscuidad del sitio. Por ello gira su harapienta figura hasta darle la espalda a sus compañeros. Sus ojos navegan en el extravío, su respiración se agita…
Titubeante, la mano izquierda hurga en una de las bolsas de su pantalón. Saca un envoltorio de plástico. De reojo lo mira: parece un diminuto caramelo. Se tranquiliza. Su cuerpo, con sobrepeso, huele mal.

Solitario en la faena, deposita el dulce en el fondo de una lata de cerveza, le agrega agua, activa un encendedor, le da calor hasta que aquello se transforma en un líquido café. De otra bolsa de su pantalón, como un mago transformando el aire en palomas, aparece una jeringa desechable. Está usada, pero con ella absorbe la sustancia. Se la lleva a la boca, la atenaza con los labios resecos. Un ataque de ansia lo estremece…

Tembloroso, se desabrocha, baja el cierre de su pantalón, que se le escurre por los muslos. Encorva las rodillas. Evita que la prenda caiga. Sus nalgas quedan al aire… No lleva trusa.

Con su mano derecha recupera la jeringa usada. Experto en el trámite, se cerciora de que fluya el líquido. La mano izquierda, entre tanto, sostiene su pene erecto. Y ahora la derecha apunta ya sobre la hinchada vena del miembro.
Tras el pinchazo –40 rayas (0.40 mililitros) de heroína disparadas de golpe al torrente sanguíneo–, la contorsión…

Instalado en su efímero paraíso, respira con los ojos cerrados. Su mirada se aviva, las facciones de su rostro se suavizan. Y entonces sí, luego de un intento por acomodarse la ropa, se integra a la comunidad. Inicia la plática con sus compañeros de viaje: alrededor de 20 congregados en ese mediodía de un jueves de junio.

Unos se inyectan, otros alistan la infusión, uno más arregla un cigarro de cocaína. Alejado un poco, otro se prende con una piedra.

–¿Por qué se inyecta, o filerea, como se dice aquí, en el pene? –pregunta la reportera a Julián, exadicto que presume 12 años sin reincidencia en el consumo de heroína y quien por ello es respetado ahora en este inframundo.

–Se filerea en el pene –responde– porque es el único lugar en que las venas están sanas. El resto del cuerpo: brazos, piernas y cuello, ya se lo destrozó.

Eduardo se infiltra hasta tres veces al día en la vena bulbouretral. Es asiduo visitante de la zona conocida como Las Tapias, una de entre miles que existen en la ciudad y en las que personas de cualquier sexo y edad (cada vez más jóvenes) se concentran para aplicarse droga, especialmente heroína. A estos lugares se les conoce como picaderos.

Para llegar a esos refugios, conseguir el veneno e inyectarse no se requiere de un mapa secreto ni de un guía que lo lleve por los escondrijos de esta ciudad tocada permanentemente por la violencia. No, los picaderos pueden encontrarse a dos cuadras del Zócalo, del mercado principal o la presidencia municipal. Aquí todos saben dónde se ubican: a unos pasos de los operativos del Ejército, de la Policía Federal, de la fuerza pública estatal y municipal.

–¿Cuántos picaderos hay en la ciudad? –se le inquiere a Julián, a quien se le menciona que en 1989 el PRI local manejaba la cifra de 10 mil.

–No hay una cifra exacta, pero creo que el número ha disminuido. Actualmente se calcula que existen alrededor de 6 mil.

Por lo pronto, la incursión de las Fuerzas Armadas provocó que se modificara el precio de la dosis. Antes de la llegada del Ejército –finales de marzo pasado– se pagaban 50 pesos por 40 rayas. A partir de los operativos esa dosis llega a cotizarse hasta en el doble.

Conocida internacionalmente como la ciudad de “las muertas de Juárez” debido a los cientos de feminicidios impunes cometidos aquí, y más recientemente por la guerra entre bandas del narcotráfico –que en lo que va del año arroja un saldo de mil 100 ejecuciones–, esta región fronteriza se encuentra prácticamente tomada por el Ejército.

El motivo de la presencia militar es precisamente la guerra que libran esas bandas. Según declaraciones de autoridades locales de seguridad pública, el líder del cártel de Sinaloa, Joaquín El Chapo Guzmán, insiste en disputarle la plaza al cártel comandado por Los Zetas y sus hoy aliados: los hermanos Beltrán Leyva y el cártel de Juárez, que dirige Vicente Carrillo Fuentes. A su vez, este cártel lidera al grupo de expolicías conocidos como La Línea, que junto con la banda de Los Aztecas controlan la venta de droga en esta ciudad fronteriza desde 1989.

Las Tapias se ubica en la colonia Barrio Alto. La conforman cuatro de los picaderos más grandes de Juárez, tres fijos y uno ambulante. Los operadores de esta zona son conocidos como Los Pilullos, quienes son controlados por Los Aztecas.

A 10 días de parir

Sentada en el piso con las piernas extendidas, María, de 32 años, acaba de “meterse” 0.40 mililitros de heroína. Por unos segundos su rostro deja ver la extraña serenidad que le proporciona la invasión de la droga.

–¡Estoy embarazada! –grita de pronto.

La joven viste ropa limpia: un short blanco y una amplia camisa a rayas color café y blanco, en la que apenas cabe su abultado vientre. Los rizos de su pelo negro caen sobre su cara y cuello. No se inmuta cuando suelta el dato: “estoy a 10 días de parir”.

A pesar de tener dos hijos de 18 y 12 años, dice que el que espera es como si fuera el primero porque los otros viven con su abuela. “Me los quitó por adicta”, asume.

Sin dificultad, se instala en la confidencia. Cuando tenía seis meses de embarazo acudió al doctor para que la ayudara a dejar la droga: “Me dijo que no, que en todo caso será hasta que yo dé a luz”.

–¿Le explicó por qué?

–Sí. Dijo que si dejo de picarme mi bebé se muere porque ya lo volví dependiente a la droga. Sólo me dio ácido fólico (tratamiento para evitar que venga con defectos de nacimiento en el cerebro y la médula espinal).

–¿Qué piensan tú y tu esposo de lo que dijo el médico?

–Sentí feo, ya perdí a dos hijos y puedo perder a éste. Mi esposo tenía la esperanza de que al casarnos dejara de drogarme. Pero no pude.

Su marido, dice, es quien le financia la droga: “Sabe que salgo a conseguirla, pero no le digo a dónde. Si conociera este lugar –Las Tapias– no me dejaría regresar aquí”.

En todo su embarazo, María sólo fue una vez al médico. No se hizo ningún ultrasonido. A estas alturas de la gestación ignora el sexo de su bebé. La próxima madre reposa su espalda en el muro, sus brazos caen a los lados de sus caderas. Con sus manos se acaricia el vientre.

Muy cerca de ella, Martha y su esposo, sentados también en el piso, escuchan el relato de María. Martha, explica su pareja, cumplió seis meses de embarazo el 18 de junio. Acaban de inyectarse
, pero están en alerta. Esperan el arribo de los militares. “Todos los días vienen”, arguye Martha. “Hace dos meses llegaron cuando estábamos comprando… Todos corrieron, también el vendedor. Por mi estado, mi esposo se quedó a esperarme y lo agarraron. Dijeron que él era el distribuidor”.

Los de la migra, dicen, pueden llegar en cualquier instante. Y aunque golpean a los adictos y les quitan la droga, éstos regresarán al picadero porque, sostienen, no hay alternativa.

Lo dulce… para calmar la ansiedad

Es mediodía. La reportera y el fotógrafo ingresaron a la zona de los picaderos de Las Tapias acompañados por Julián y Manuel, ambos exadictos, que ahora forman parte del programa Compañeros, que se dedica a combatir enfermedades como el sida y la hepatitis C, a las cuales los drogadictos son más propensos.

Llevan cajas con 800 jeringas desechables, conocidas en estos bajos fondos como cuetes. La aguja tiene un milímetro de calibre y 0.5 de grosor. “Son especiales para nosotros, no se desperdicia nada”, dice satisfecho un heroinómano en medio de su éxtasis.

Julián y Manuel llevan también cuatro botes grandes, llenos de caramelo macizo y dos cajas de jugos. Lo dulce es bueno para calmar la ansiedad causada por la malilla que deja la falta de droga, explican los voluntarios.

La calle en que estacionan el automóvil está desierta. De la cajuela bajan los cuetes, los dulces y los jugos. De la nada aparece un joven como de 25 años. Quiere intercambiar 15 jeringas usadas. Las cuenta una a una mientras las deposita en un recipiente rojo y toma las nuevas.

En cosa de segundos, Julián y Manuel están rodeados por una decena de adictos. Desde las casas cercanas llegan más personas. De la cuadra siguiente también. Todos se dirigen al auto de los voluntarios. La dotación de cuetes vírgenes se agota pronto.

Los voluntarios acuden una vez a la semana a este lugar. Gracias a esta labor consiguen disminuir –mas no desparecer– el riesgo de que una jeringa sea usada más de una vez. Por ello, cuentan Julián y Manuel, han enseñado a los adictos a “desinfectarlas con alcohol o cloro”.

De uno de los picaderos de Las Tapias asoma Daniel, hombre joven, alto, de pelo lacio color negro que reconoce a Julián y lo invita a entrar. En el interior del cuartucho, al fondo, descansa Ismael, el dueño, en una cama matrimonial.

Además de la cama hay tres sillones, y hace las veces de mesa una vieja hielera de unicel donde los “clientes” preparan la dosis.

A dos jóvenes la malilla les pegó desde temprano. Malamente pueden coordinar sus movimientos y su habla. No habían conseguido dinero para curarse, pero ya están ahí. Piden su cuete nuevo y entregan el usado. Daniel les da la cuca, el fondo de una lata de cerveza parada al revés y donde se forma una especie de cazuelita. Los adictos la utilizan para disolver y calentar la heroína. Sobre la cuca, los dos jóvenes colocan una minúscula mota de algodón –de apenas unos tres milímetros de diámetro– que sirve, dicen, para absorber sustancias como el café, con las cuales los vendedores rebajan la droga.

Uno de ellos se filerea en el antebrazo derecho, pero el líquido no fluye, la aguja se tapó. Lo intenta en el izquierdo, muy cerca de la axila. Tiene éxito. Adentro del baño, sentado en una silla, un harapiento con la piel plagada de mugre se pica entre los dedos del pie derecho. Cuando termina, con dificultad desliza la callosa extremidad dentro de un desgastado tenis sin agujeta. El pie izquierdo lo acomoda en una sandalia “pata de gallo”. Apenas puede andar, sale cojeando. En el baño se observa un bote blanco de 40 litros repleto de cucas y, a su lado, una caja igual de llena.

Para entonces, en solo 15 minutos, el procedimiento lo repiten nueve que llegaron “bien locos”, describe Daniel. Por usar el picadero los adictos pagan una gota (10 mililitros) de heroína que dejan en el recipiente y que es recolectada por Daniel en otra jeringa hasta llenarla. Así juntan las ocho dosis que entre su patrón y él consumen al día.

Huele a orines, a vómito; el aire es denso

“En su mayoría, los picaderos son operados por usuarios con problemas de adicción muy fuerte. Los tienen para resolver su situación de consumo, no para hacer dinero”, explica María Elena Ramos, directora de Compañeros, que atiende 50 picaderos fijos y 15 ambulantes, y quien fue el primer contacto de los reporteros para ingresar a esos lugares.

Ahora es Ismael quien autoriza el acceso de los visitantes a otro picadero de Las Tapias, situado a unos pasos de su casa. Al fondo, en los dos cuartos que conforman este punto de adicción, se pierde un grupo de aproximadamente 30 hombres y mujeres andrajosos y despeinados. Esperan al vendedor de droga.

Huele a orines. Huele a vómito, a mariguana. Huele a cocaína. Huele a piedra…
El aire es denso, provoca náuseas. La cabeza duele. De todo se consume ahí. Entra un distribuidor. Se percata de que hay extraños. Inicia la venta a la discreta, primero fuera del cuarto, pero después ya no importan los desconocidos: el tráfico es abierto.

El vendedor se confunde entre los consumidores…

Aturdidos por el ansia, los adictos no reparan en visitas de extraños como los reporteros. Mucho menos cuando se están filereando, aunque conforme pasa el efecto de la droga reaccionan y se intimidan ante los desconocidos.

Antes que el ‘picadero’, la lana

Instalado a la mitad del cuarto, Martín, adicto también a la heroína, es diestro para filerear el cuello, directamente en la yugular. Igual que la vena que recorre el pene, esta arteria es gruesa y fácil de localizar. Martín no recuerda cuantos años lleva haciéndolo, pero sus clientes, que se cuentan por decenas, tienen el mismo problema: el único conductor que les queda útil está en el cuello.

Hacen fila. Esperan pacientemente su turno. Gozan con los pinchazos que recibe el de adelante… En tan solo 30 minutos, por las manos de Martín han pasado 10 de sus compañeros de cuarto.

Encabeza la fila Domingo, le sigue Sara, quien no quita la vista de la yugular de su compañero. Su rostro hace un gesto de disfrute al observar cómo poco a poco le penetra la heroína. Es su turno. Lleva la cabeza hacia atrás, deja la piel de su cuello estirada, cierra lentamente los ojos. Goza antes de que la aguja la penetre. Martín le dispara la carga de heroína. Sara abre la boca con deleite. Le escurre saliva. Está en éxtasis.

Todos han recibido su primera dosis del día. Alrededor de las cuatro de la tarde les toca la segunda. Antes de llegar al picadero tuvieron que haber resuelto el problema de la lana.

–¿Qué han hecho por conseguir la droga? –se le pregunta a Marcelo, encargado del picadero y también adicto.

En la puerta, Alma, una mujer delgada, bajita y muy morena, con brazos y cuello desfigurados por tanta cicatriz, responde: “La malilla nos hace robar, asaltar a la gente y hasta matar, porque necesitamos la droga en nuestro cuerpo”.

Una joven de aproximadamente 18 años, alta, esbelta, hermosa pero desaliñada, interviene: “La droga nos transforma. Me puedo tirar (matar) a quien sea por ella”. Esta mujer se reserva su nombre, pero sube su falda. Muestra su pierna derecha: es una brasa debido a la infección por las filereadas. Junto a ella, otro adicto enseña la pantorrilla: también está hecha una desgracia por las cicatrices e infecciones. Uno más exhibe los antebrazos, comidos por las llagas.

Pero ese dolor no es nada. Es soportable, a diferencia del que provoca la falta de la droga.

Alma, quien intervino primero, ya no le hace caso a nadie. Camina como entre nubes, tranquilamente se abre paso y se refugia en una esquina del derruido cuarto. Sentada en el piso, se acurruca. Se pierden sus ojos, su rostro, su pecho, prácticamente hasta su respiración.

Las graves laceraciones que los adictos se ocasionan
en el cuerpo, explica la directora de Compañeros, María Elena Ramos, únicamente son atendidas los jueves durante las campañas de intercambio de jeringas, ya que, se queja, las autoridades de salud en el estado se niegan a auxiliar a estas personas. Ramos cree que este tipo de lesiones, que van pudriendo la carne, se producen porque las drogas pueden estar siendo rebajadas con sustancias tóxicas.

Rumbo al oriente y poniente de Ciudad Juárez se concentra el mayor número de picaderos, donde los adictos le pegan a todo: a la piedra (bicarbonato de sodio, agua y raticida), que se fuman con una pipa fabricada con un trozo de antena para TV, con un foco o con papel aluminio; al agua celeste (químico que inhalan similar al thinner); a la mariguana; a la heroína, e incluso al mezcal… Igual hacen mezclas, como el speedball (combinación de cocaína con heroína), que también se inyectan.

En otra de las colonias visitadas por los reporteros de Proceso, la San Antonio, operan dos picaderos. Cada uno recibe más de 100 usuarios por día. Los dueños de este picadero son Lalo y Juan. El primero tiene 35 años, pero parece de 50; al segundo se le calculan 60, aunque tiene 42.

Este picadero es frecuentado por Hugo, al que apodan El Locutor, quien en una garrafa de plástico lleva un litro de mezcal. Dice que el dinero no le alcanzó ni para una dosis de heroína. Sus brazos están hinchados, tienen bolas moradas y grandes agujeros amoratados de los que escurren hilos de sangre. Toma una cobija del piso, le quita los pedazos de tierra dura y se limpia con ella. En su brazo izquierdo se forma una torta de sangre… Mete la jeringa en el mezcal, la llena, deja caer un poco en el brazo manchado y lo vuelve a limpiar. Se lleva la jeringa a la boca, se vacía otro chorro y lo traga. Luego se inyecta lo que queda. Repite la operación enseguida y luego otra, y otra y otra vez. La sangre no deja de fluir.

Pegada a la colonia Bella Vista está la Alta Vista. En ésta operan cinco picaderos fijos. Las dos colonias son controladas por Los Aztecas. Aquí resulta imposible visitar un picadero. El recorrido se realiza en automóvil. En cada calle hay vendedores en bicicleta, sentados en la banqueta bajo un árbol, en una ventana, en una puerta, en una tienda o en la cancha. Todos vigilan: desde las amas de casa hasta las niñas chifladoras, que dan el aviso cuando detectan a un extraño.
Debido a picaderos como éstos y a la presencia de los grandes cárteles de la droga, Ciudad Juárez mantiene el primer lugar en consumo de heroína en el país, por arriba de Tijuana.

La promiscuidad es asunto del diario

Recorren el cuartucho como si estuvieran en la intimidad. Una joven mujer se acerca a un hombre que en la mano izquierda sujeta un refresco. Se coquetean. Se disputan, jugueteando, la posesión del envase. Él le cruza un brazo sobre los hombros y alcanza a deslizar su mano dentro de la roja blusa. La mujer aprovecha el manoseo para quitarle el líquido. Él avanza. La besa en el cuello y con la mano que tiene libre le toquetea la vagina.

Ambos se acaban de infiltrar. Se refugian en un rincón de la habitación, pero ninguno de los habituales usuarios de estos espacios se interesa por el espectáculo de sexo en vivo.

La promiscuidad es asunto de todos los días…

Saturday, September 27, 2008

La ideología del libre mercado está lejos de haber concluido




Naomi Klein*

Lo que sea que signifiquen los sucesos de estos días recientes, nadie debería creer las exageradas afirmaciones de que la crisis del mercado implica la muerte de la ideología del “libre mercado”. La ideología del libre mercado siempre ha sido un sirviente de los intereses del capital, y su presencia fluye y refluye dependiendo de su utilidad a esos intereses.

Durante los tiempos de prosperidad resulta rentable pregonar el laissez-faire, porque un gobierno ausente permite que las burbujas de la especulación se inflen. Cuando esas burbujas se revientan, la ideología se vuelve un estorbo, y duerme mientras el gran gobierno llega al rescate. Pero no se preocupen: la ideología regresará cuando los rescates hayan terminado. Las masivas deudas que la gente está acumulando para rescatar a los especuladores se volverán parte de una crisis presupuestaria global que será la justificación para profundos recortes en los programas sociales y para un renovado empuje hacia privatizar lo que queda del sector público. También nos dirán que nuestras esperanzas de un futuro verde son, lamentablemente, demasiado costosas.

Lo que no sabemos es cómo va a responder la gente. Consideren que en Estados Unidos toda la gente menor de 40 años creció con el pregonar de que el gobierno no podía intervenir para mejorar sus vidas, que el gobierno es el problema no la solución, que el laissez-faire es la única opción. Ahora presenciamos un gobierno extremadamente activista, intensamente intervencionista, al parecer dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar a los inversionistas de sí mismos.

Este espectáculo necesariamente plantea la pregunta: si el Estado puede intervenir para salvar a las empresas que tomaron imprudentes riesgos en los mercados inmobiliarios, ¿por qué no puede intervenir para evitar el inminente hecho de que millones de estadunidenses enfrenten un juicio hipotecario? De la misma manera, si 85 mil millones de dólares pueden instantáneamente ser puestos a disposición para comprar a la aseguradora gigante AIG, ¿por qué el seguro médico universal –que protegería a los estadunidenses de las prácticas depredadoras de las compañías aseguradoras de servicios de salud– parece ser un sueño inalcanzable? Y si cada vez más empresas necesitan fondos del erario para mantenerse a flote, ¿por qué los contribuyentes no pueden exigir cosas a cambio, como topes a los salarios de los ejecutivos y una garantía contra más pérdidas de empleos?

Ahora que quedó claro que los gobiernos sí pueden actuar en tiempos de crisis, será más difícil que en el futuro aleguen que no pueden hacer nada. Otro cambio potencial tiene que ver con las esperanzas que tiene el mercado de futuras privatizaciones. Durante años, los bancos de inversión globales han cabildeado con los políticos para obtener dos nuevos mercados: uno que vendría de privatizar las pensiones públicas y el otro que vendría de una nueva ola de carreteras, puentes y sistemas de agua potable privatizados o parcialmente privatizados. De pronto, ambos sueños ya se volvieron mucho más difíciles de vender: los estadunidenses ya no están de humor para confiar más sus activos individuales y colectivos a los imprudentes jugadores en Wall Street, sobre todo porque parece ser muy probable que los contribuyentes tendrán que pagar para comprar de regreso sus activos cuando la próxima burbuja estalle.

Con las pláticas de la Organización Mundial del Comercio descarriladas, esta crisis podría ser el catalizador de un enfoque radicalmente alternativo a la regulación de los mercados mundiales y los sistemas financieros. Ya vemos un giro hacia la “soberanía alimentaria” en el mundo en desarrollo, en vez de dejar el acceso a los alimentos a los caprichos de los intermediarios con materias primas. Quizá al fin llegó la hora para ideas como imponer impuestos a las transacciones bursátiles, lo cual disminuiría la velocidad de la inversión especulativa, así como otros controles del capital global.

Y ahora que la nacionalización no es una palabra sucia, las compañías de petróleo y de gas deberían estar alertas: alguien tiene que pagar por el tránsito hacia un futuro más verde, y lo lógico es que la mayor parte de los fondos provengan del altamente rentable sector que es más responsable de nuestra crisis climática. Definitivamente es más lógico que crear otra peligrosa burbuja en el comercio del carbón.

Pero la crisis que enfrentamos requiere de cambios más profundos. La razón por la cual se permitió la proliferación de estos préstamos basura no fue sólo porque los reguladores no entendían el riesgo. Es porque tenemos un sistema económico que mide nuestra salud colectiva exclusivamente con base en el crecimiento del PIB. Mientras los préstamos basura alimentaban nuestro crecimiento económico, nuestros gobiernos activamente los apoyaban. Así que lo que realmente está en predicamento con la crisis es el incuestionable compromiso con un crecimiento a cualquier costo. A lo que nos debería llevar esta crisis es a que nuestras sociedades midan la salud y el progreso de una manera radicalmente diferente.

Sin embargo, nada de esto ocurrirá sin una fuerte presión social sobre los políticos en este momento clave. Y no un cordial cabildeo, sino regresar a las calles y realizar el tipo de acción directa que propició el New Deal en los años 30. Sin él, habrá cambios superficiales y un regreso, lo más pronto posible, a más de lo mismo.

Copyright 2008 Naomi Klein.

Traducción: Tania Molina Ramírez

* Es autora de La doctrina del shock. www.naomiklein.org

BASTA DE CINISMO

DERECHO AL ABORTO LIBRE Y GRATUITO YA

Por Sol Bajar y Sofía Cataglia

Pan y Rosas en la Secretaría de la Mujer, Centro de Estudiantes de Psicología (UBA)

27/09/2008

Tras la obligada reapertura del debate sobre el derecho al aborto –provocada por el escandaloso caso de la niña mendocina abusada a quien se le impidió la realización de un aborto terapéutico-, diputados oficialistas presentaron un proyecto de modificación del artículo 86 del Código Penal. Este artículo es el que instituye cuáles son los casos de aborto no punible y los diputados sostienen que hay que reformularlo para “evitar interpretaciones restrictivas y la intervención innecesaria de comités de bioética.” Algo bastante cínico, cuando se da después del escándalo en el que la justicia, el Ministerio de Salud de la Nación y un comité de bioética totalmente adscrito al gobierno de Mendoza y a la Iglesia, impidieron justamente una intervención de este tipo que hubiera paliado mínimamente el sufrimiento de la niña ultrajada.

Pero el proyecto, que sólo sirve para ratificar lo que ya está en la ley desde principios del siglo XX, es decir, en qué casos el aborto no está penalizado, está lejos de aprobarse porque sobran los diputados –oficialistas y no- que se oponen a su tratamiento.

Mientras tanto, el caso de la niña mendocina de 12 años muestra con claridad que médicos, funcionarios, fundamentalistas ultrarreaccionarios y jueces hacen causa común con Cristina Kirchner y su ministra de Salud, Graciela Ocaña: se niegan a interrumpir el embarazo, avalan las acciones terroristas de los grupos fundamentalistas, condenan a la madre quitándole la tutela de su hija y no paran hasta lograr que, bajo tanto amedrentamiento y presiones, la niña diga que “quiere ser madre”. Simultáneamente, en Bahía Blanca, una joven discapacitada de 18 años, también violada por varios familiares, espera que decidan por ella. Vive en el Patronato de la Infancia y aunque contó a las autoridades qué pasaba cuando visitaba a su familia, cayó sobre ella la misma condena: hace semanas que espera la respuesta de la justicia al pedido de interrupción del embarazo.

Atrás quedó el doble discurso del gobierno de Néstor Kirchner, con el ministro Ginés González García hablando a favor de la despenalización, mientras al Vaticano se le garantizaba que no legalizarían el aborto en Argentina. Apenas Cristina nombró a su propio gabinete, la ministra de Salud declaró que “el aborto es política criminal”, oponiéndose también a la aplicación de la “guía de atención integral de abortos no punibles”, además de obstruir la distribución gratuita de anticonceptivos.

El proyecto presentado actualmente no sólo es puro cinismo, porque no avanza un solo paso en la despenalización, silenciando la muerte de más de 500 mujeres, cada año, por las consecuencias del aborto clandestino, sino también porque mantiene la impunidad para los funcionarios públicos, jueces, médicos y grupos fundamentalistas que siguen interponiéndose en nuestras vidas, con fallos, declaraciones, amenazas de bomba y otras formas de agresión, sin recibir condena alguna. Mientras tanto, las mujeres que han sido violadas y quedaron embarazadas como consecuencia de ese brutal ultraje, deben ser quienes aporten las pruebas de su calvario para que se acceda a practicarles un aborto no punible. ¡Esa es la verdadera política criminal! La que obliga a miles de mujeres a interrumpir un embarazo no deseado en las condiciones más escalofriantes, cuando no pueden pagar una clínica privada.

El derecho al aborto legal, seguro y gratuito tiene que ser un derecho que el Estado garantice a todas las mujeres, en hospitales públicos y con personal idóneo. Pero ni el gobierno ni la oposición sojera y clerical están dispuestos no sólo a terminar con las muertes por aborto clandestino, sino ni siquiera a separar la Iglesia del Estado, institución reaccionaria que se atribuye la decisión sobre nuestras vidas cuando su historia está llena de muertes, torturas, abusos y violaciones de menores. ¡Tenemos que ser miles las que nos organicemos de manera independiente del gobierno y los partidos patronales, para conquistar nuestro derecho a una educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto libre y gratuito para no morir!

El lunes 29 de septiembre te invitamos a marchar con Pan y Rosas para decir: ¡ni una muerta más por aborto clandestino!

Se acabó el neoliberalismo?

El neoliberalismo no termina, pero se agota, abriendo un período de disputa por alternativas, entre las que por ahora solo se ve América Latina, donde han aparecido propuestas de superación.


Emir Sader en Carta Maior/Traduccion Insurrectasypunto 26/09/2008

capitalismo, sucediendo al modelo regulador keynesiano o del bienestar social, como se lo quiera llamar. Hizo su diagnóstico de agotamiento del modelo anterior y se propuso reorganizar el sistema capitalista en su conjunto, de acuerdo a sus principios liberales reciclados para el nuevo período histórico del capitalismo.

Fue un modelo absolutamente hegemónico, logrando extenderse de la forma mas universal posible: de Europa Occidental a los Estados Unidos, de América Latina a China, de Europa Oriental a África, de Rusia al sudeste asiático. Tuvo crisis precoces – a lo largo de la década del 90, en México, en el sudeste asiático, en Rusia, en Brasil, en Argentina – pero se mantuvo hegemónico, sin ningún otro proyecto alternativo que le disputase hegemonía.

Suscitó grandes movilizaciones de oposición – como las iniciadas en Seattle, que desembocaron en los Foros Social Mundiales -, siguió tropezando, como en la OMC, en el debilitamiento del FMI y del Banco Mundial, pero continuó siendo el único modelo globalizado. Después de algún tiempo, la propuesta híbrida de China permitió que surgiera la expresión Consenso de Pekin, en lugar del de Washington, pero girando siempre en torno a las adecuaciones de las políticas de libre comercio.

Algunas potencias centrales del capitalismo ya habían sido víctimas de la desregulación y del poder de ataque del capital especulativo, entre ellas Gran Bretaña, en la década del 80, víctima del mega-especulador George Soros. Pero todo ataque especulativo tenía a los Estados Unidos como beneficiario, toda fuga de capitales tenía la Bolsa de Valores de Nueva York como refugio. Se sabía que esa parranda especulativa sólo podría encontrar un límite en el momento en que el principal beneficiario de ella fuese también su víctima. Ese momento llegó.

Las medidas de emergencia, como siempre, hieren la doctrina neoliberal, con intervenciones directas y masivas del Estado – como ya venía sucediendo desde la primera crisis neoliberal, la de México en 1994. Pero... ellas significan el fin del neoliberalismo? Es posible reanudar procesos regulatorios globales – un nuevo Bretton Woods - que frenen estructuralmente la libre circulación de capitales y reviertan los procesos de desregulación económica, esencia misma del neoliberalismo?

Nada indica que esto sea posible. No existe una lógica racional del sistema capitalista, que haga que sus agentes – desde las grandes corporaciones a los Estados dominantes – actúen de acuerdo a una lógica superior del sistema. Esa es una de sus contradicciones estructurales, aquella que existe entre la dominación global y la apropiación privada.

Se trata de una gran crisis capitalista, ya se dice que es la mayor desde 1929, que puede abrir camino a la construcción de un modelo alternativo. Pero por ahora no se vislumbra ningún modelo que pueda tener ese papel, ni siquiera de manera embrionaria. En el horizonte, hay como máximo versiones híbridas, como las políticas económicas de China o Brasil. La propia proliferación de gobiernos conservadores ( nada innovadores siquiera en sus políticas) en el centro del capitalismo, indica que nada de nuevo puede surgir de ellos en sustitución del modelo agotado.

Todo indica por lo tanto que, entre la crisis del modelo precozmente envejecido y las dificultades de surgimiento de uno nuevo, mediará un período mas o menos prolongado de inestabilidades, de sucesión de crisis, de turbulencias. Porque lo que se agota no es solo un modelo hegemónico, sino también la hegemonía política de los Estados Unidos – los dos pilares de sustentación del nuevo período político, que sustituyeron al modelo regulador y a la bipolaridad mundial. Y también en este plano, no surge en el horizonte una nueva potencia o un conjunto de ellas, en condiciones de ejercer una nueva hegemonía.

El neoliberalismo no termina, pero se agota, abriendo un período de disputa por alternativas, entre las que por ahora solo se ve América Latina, donde han aparecido propuestas de superación. La región gana de este modo un protagonismo – junto con China – en la proyección del futuro del mundo en toda la primera mitad del nuevo siglo, en la disputa entre lo viejo que se resiste a morir y produce crisis y sus consecuencias por todos lados, y lo nuevo, que comienza a anunciar el post neoliberalismo, un mundo solidario, desmercantilizado, humanista, de que lo que el Forum Social Mundial de Belém – del 27 de enero al 1° de febrero – será una muestra pluralista y vigorosa de las alternativas al neoliberalismo.

Friday, September 26, 2008

Mujeres al Mando

Nicaragua



* Orígenes sociales del Programa Hambre Cero

“En la cooperativa somos 28 mujeres y ningún varón”, dice socarrona María de los Ángeles Mejía. Y remacha: “Algunas cooperativas no dejan entrar hombres, porque en cuando entran, rapidito quieren controlar el poder”.

Armando Bartra

Central de Cooperativas Manos Unidas. En las comunidades de Chacraseca y Lechecuagos, al pie del volcán Cerro Negro y vecinas de la ciudad de León, al occidente del país, operan 28 cooperativas de ahorro, crédito y comercialización, formadas por alrededor de 800 familias, que disponen de una planta agroindustrial y de servicios y están integradas en un centro regional que a su vez forma parte de la federación de cooperativas de carácter nacional; cuentan también con un centro comercial campesino en Managua, mediante el cual adquieren insumos y venden productos procesados. Seis de cada diez cooperativistas son mujeres.

FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC

El esfuerzo organizativo empezó hace pocos años, cuando aún no sanaban las heridas causadas por el huracán Mitch. Y en tiempo de desafanados gobiernos neoliberales, es natural que el proyecto corriera por cuenta de los propios campesinos, asesorados por la asociación civil CIPRES y con apoyo de la cooperación internacional.

Apoyadas por una donación de bienes productivos consistente en animales, plántulas, materiales de construcción y un biodigestor –paquete que a partir de septiembre de 2003 fueron recibiendo las primeras familias participantes–, en cinco años se duplicó el número de cooperativas. Hoy cosechan y comercializan alimentos básicos (maíz, sorgo, trigo, frijol y yuca), además de cultivar huertos de frutas y verduras; pero también producen ajonjolí y cacahuate de exportación; manejan alrededor de 16 mil cabezas de ganado (bovinos, porcinos y aves); la planta agroindustrial fabrica alimentos balanceados, reproduce cerditos y pollos para cría, procesa leche para obtener crema y quesos, opera un rastro de aves y brinda servicios de asistencia técnica y capacitación.

Además del autoconsumo de los socios y sus comunidades, las cooperativas abastecen de alimentos a la ciudad de León, entre otros mecanismos mediante un sistema de agricultura por contrato con sindicatos y gremios. Actualmente aportan la mitad de la leche que se consume en la ciudad y una cantidad importante del resto de los básicos.

Las comunas de León. Para los nicaragüenses, León y su entorno son emblemáticos, pues en 1979, después de un cerco a la Guardia Nacional que dura más de un mes, los guerrilleros y ciudadanos insurrectos del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) transforman la ciudad en capital de la Nicaragua liberada. Durante las semanas que transcurren entre la ocupación de León, la caída de Somoza, la llegada de los sandinistas al poder y el restablecimiento de un orden centralizado en Managua, los leoneses en rebeldía toman en sus manos las actividades vitales (panaderías, gasolineras, farmacias, hospitales, entre otros), ocupan tierras de las fincas circunvecinas abandonadas por los oligarcas y por un tiempo organizan la vida toda a través de unas 80 comunas autogestionarias. Después llegará el nuevo gobierno a refrenar “excesos” y reordenar las cosas, pero a los efímeros comuneros la experiencia nadie se las quita. No es casual, entonces, que tras la derrota electoral del FSLN en 1990, la reorganización desde debajo de la sociedad nicaragüense tenga en León un escenario privilegiado. Así, para Orlando Núñez, uno de los protagonistas de la batalla de León y fundador del CIPRES, el actual cooperativismo leonés es heredero y continuador del fugaz comunalismo de hace casi 30 años.

Programa Hambre Cero. En enero de 2007 el FSLN regresa al gobierno por vía electoral. Pero el presidente Daniel Ortega se encuentra con un país devastado, pues los gobiernos neoliberales depredaron los recursos naturales, privatizaron salud y educación, descobijaron a los campesinos, abrieron fronteras a la importación de alimentos y provocaron el éxodo de más de un millón de personas. En 2006 Nicaragua importó 350 millones de dólares en comida (arroz, maíz, carne, huevos, leche, verduras, frutas...), siendo que se trata de un país básicamente agropecuario, donde la mayor parte de la población es campesina y con un temporal que en condiciones normales permite obtener dos y hasta tres cosechas anuales.

El gobierno diseñó, entonces, el Programa Hambre Cero, destinado a reactivar la economía, reducir productivamente la pobreza, remontar la dependencia alimentaria y fortalecer el poder ciudadano mediante la organización. “Con este programa –se lee en un documento explicativo– estamos combatiendo la injusticia social (...) que se expresa en un conjunto de relaciones de desigualdad: división entre el hombre y la mujer, entre la ciudad y el campo, entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, entre poseedores y desposeídos, entre diferentes etnias (...)”

Y más adelante propone un nuevo y revolucionario paradigma: “Conceder al campo la misma prioridad que hoy concedemos a la ciudad, conceder a la economía popular la misma importancia que hoy concedemos a la gran economía empresarial, conceder a las mujeres la misma importancia que hoy concedemos a los varones, conceder a la naturaleza la misma importancia que hoy concedemos al crecimiento, conceder a la productividad más importancia que al crecimiento de áreas, conceder a la educación técnica la misma importancia que hoy concedemos a profesiones liberales como la abogacía (...)”

La palanca de Hambre Cero es el campesinado, que constituye la gran mayoría de los 224 mil pequeños y medianos productores agropecuarios del país, un sector que controla 70 por ciento de las tierras, representa 85 por ciento de la población económicamente activa agropecuaria, produce 80 por ciento de los granos básicos y 65 por ciento de todos los alimentos, posee 65 por ciento de la ganadería vacuna y entre 80 y 90 por ciento de la porcina y aviar y cosecha la mayor parte de los productos de exportación como ajonjolí y café. Pero también, y paradójicamente, un sector con el que se ensaña la pobreza.

El instrumento es un Bono Productivo Alimentario, consistente en animales, semillas, plántulas de árboles frutales y maderables, alimentos balanceados, material de construcción, biodigestor para producir gas con el estiércol, entre otros bienes productivos; así como entrenamiento y capacitación. El paquete, considerando gastos de ejecución, tiene un costo de mil 500 dólares y se planea que en los próximos cinco años llegue a 75 mil familias pobres, lo que representaría un costo de 30 millones anuales, 150 millones en total. Nada comparado con los cien millones que se pagan todos los años a los banqueros por el servicio de la deuda interna o con los 300 millones que Nicaragua recibe anualmente como donaciones.

Pero lo más importante es que el programa no es fruto de escritorio, se basa en la experiencia cooperativista de León, un modelo hecho a mano en más de cinco años y a contracorriente de las políticas públicas, que hoy se busca replicar y escalar con el respaldo del nuevo gobierno sandinista.

Y, como el de León, es un proyecto basado en la mujer, que es quien recibe los bienes pues “es mayor administradora, más responsable, asume la manutención de la familia y tiene mayor cultura doméstica y alimentaria”, sostiene el documento antes citado. “Lo que pasa es que los hombres ya se fueron a Costa Rica”, comenta en corto una nicaragüense que, como yo, escucha la explicación. Tiene razón, la migración laboral al vecino país es creciente y despobladora, y éste es un desafío mayor que las mujeres y el programa tienen que asumir.

Hambre Cero no fuerza la organización de los productores. No la impone, pero sí la induce, pues si bien los beneficiarios son familias, la recuperación de parte del capital para la creación de un fondo revolvente, propicia la formación de cooperativas que concentren los recursos, faciliten la comercialización conjunta y más tarde permitan operar equipos agroindustriales mayores.

El programa puede darle seguridad y soberanía alimentarias no sólo a Nicaragua sino a otros países de Centroamérica severamente deficitarios en básicos. Pero además, debe ser una escuela de poder popular: “La mayor cruzada de concienciación, organización, participación, cooperativización, movilización, educación cívica y gestión ciudadana en nuestro país”, reza el documento. Una cruzada capitaneada por las mujeres.

Hambre Cero enfrenta, y enfrentará, enormes dificultades, que no escapan a sus animadores. Una de ellas, la tentación de convertirlo en un programa clientelar. “¿Cómo van a hacer con aquellos alcaldes, sandinistas o liberales, que sólo escogen a sus correligionarios?”, pregunta un desconfiado. ”Los alcaldes deben participar, pero en ultima instancia es el consejo comunitario el que selecciona a las familias”, es la respuesta.

El FSLN ha recibido muchas críticas, con frecuencia justas, y Ortega es un presidente polémico. Pero en Nicaragua por vez primera en casi dos décadas, la gente del común cree mirar la luz al final del túnel. Porque, como dijo el cooperativista Julio Zamora: “Para hacer lo que estamos haciendo necesitábamos haber agarrado de nuevo el gobierno después de 16 años”.

Pero no se trata sólo de “agarrar el gobierno”, pues, como el mismo Julio redondeó: “El cambio no es cambiar un presidente, el verdadero cambio es la producción en manos de los productores y en manos de las cooperativas”.