Thursday, March 19, 2009

La vigencia de Rodolfo Walsh: La secta de la picana (primera nota)

Rodolfo Walsh/Agencia Walsh


Insurrectas y Punto
La picana eléctrica vuelve a ser el método preferido por la policía bonaerense para "esclarecer" delitos o perseguir al movimiento obrero.
Las notas que se publican a continuación fueron redactadas por Rodolfo Walsh –aunque no hayan llevado su firma- y conforman una serie investigativa publicada en Primera Plana sobre las torturas, los métodos y el accionar policial con procedimientos tales como los que, años más tarde, emplearía la dictadura militar de Videla y compañía.

Los artículos fueron publicados a fines de 1968 y principios de 1969 pero bien podrían ser parte de la crónica diaria de hechos que esta Agencia suele publicar, aunque, lógicamente, sin la pluma de uno de los periodistas más importantes y comprometidos que tuvo este continente a lo largo de la historia.

La picana eléctrica vuelve a ser el método preferido por la policía bonaerense para "esclarecer" delitos o perseguir al movimiento obrero. El caso Monte Grande es uno entre mil, y la brigada de Avellaneda no es la única. Policías que torturaron a policías. Se reabre la guerra entre la Federal y la bonaerense. Se conocen nombres, domicilios y hasta señas particulares de los torturadores. El único que los ignora es el doctor Borda.

"Romper la casa", en la jerga de la Policía bonaerense, tiene un significado literal. Es un método de allanamiento que consiste en voltear a patadas puertas o ventanas, detener a los ocupantes, robar lo que haya de valor. Se practica sin orden de juez, en horas de la madrugada.

Fortunato Grillo, un camionero de treinta años, estaba durmiendo en su casa de Guernica el martes 8 de octubre, cuando ocho hombres de la Brigada de Investigaciones de Avellaneda derribaron la puerta de la cocina y la ventana del frente. Cinco estaban armados de ametralladoras. Lo voltearon al piso y le ordenaron que se vistiera.

El mismo tratamiento y la misma orden recibió su hermano mellizo, José Grillo. Un amigo de ambos, Luis Aráoz, que pasaba allí la noche, despertó con una ametralladora en la cabeza. Le ataron las manos con una corbata y lo hicieron salir a la calle, donde había no menos de veinte policías en cuatro camiones de color celeste y un furgón Dodge, color crema. Al subir, lo vendaron con una toalla del dueño de casa. Los hermanos Grillo ya estaban adentro, también vendados. El furgón se puso en marcha.

El orden es difícil de establecer, pero unos minutos antes o unos minutos después los mismos hombres le rompieron la casa a Adán Liway, constructor, que vive en Lanús Oeste. Lo sacaron a golpes, delante de su mujer, lo subieron al mismo furgoncito Dodge, le cambiaron el pañuelo por un pedazo de tela y lo taparon con una manta.

Víctor Liway, hermano de Adán, vive en Valentín Alsina. También lo sacaron a trompadas, y cuando su mujer quiso intervenir, casi se la llevan. Lo vendaron con una franela de limpiar coches. El viaje duró alrededor de veinte minutos.

"EL DESTINO"
La casa ya se ha hecho famosa desde que el juez Ozafrain la allanó el 16 de octubre. Se llama, irónicamente, "El Destino" y está situada en las calles La Coloradita y Burzaco, de Monte Grande. Fortunato Grillo pudo verla al bajar porque tenía la venda mal puesta: "una prefabricada de dos piezas, cocina y baño, forrada en hardboard, con dos pilares de color blanco al frente".

Lo acostaron en una mesa de madera, de dos metros por uno veinte. Le pusieron una almohada en la boca y un cubrecama mojado entre la espalda y la mesa. El trapo húmedo es para favorecer la propagación de la corriente. En seguida empezaron a aplicarle la picana, mientras le preguntaban por todos los robos de la zona. Los torturadores en ese momento eran tres. El primero, un sujeto "gordito, alto, rubio, de pelo corto, más bien ñato"; el segundo se llamaba Barcia. El tercero se llamaba López.

Este es el agente Horacio López, conocido torturador de la brigada de Avellaneda, y miembro de la comisión que el 17 de marzo de este año "ejecutó" a los presuntos delincuentes José Alberto Moro y Humberto Eulogio Moya.

EL PARAGUAYO
–Esto es una cosa seria –oyó Aráoz–. Si te pones en pedo, no podes trabajar más para nosotros.

El torturador a quien apodan "El Paraguayo" trataba de disculparse con voz ronca. A pesar de ese tropiezo, la brigada trabajó bien con Aráoz. Lo desnudaron y lo ayudaron a subir a la mesa. Le ataron los pies con una cadena y las manos con goma de neumático...
–Ahora larga la lista de asaltos.
–¿Qué lista?
–No te hagas el piola. Vos asaltas con Grillo.

Aráoz negó mientras pudo. Después empezó a decir lo primero que se le pasaba por la cabeza. Lo vistieron y lo ataron con cadenas a la "cama" de hierro sin tapa que una semana después encontraría el doctor Ozafrain. Suspendido, no podía sentarse ni pararse; las ligaduras le desgarraban las muñecas. A su lado vio otros hombres en la misma posición. No hablaban. Apenas se quejaban. Cuando le sacaron la venda, descubrió a dos de sus torturadores: uno era el chofer del furgón, un individuo blanco, grueso, de 28 a 30 años; otro, morocho, pelo entrecano, de 38 a 40 años.

HACERSE AUTOR
–Dale despacio –oyó José Grillo y pegó un salto. La corriente le desgarraba el pecho.
–Canta –dijo la voz.
–No sé nada.
Otro salto. La picana subía a los labios, a la oreja.
–Subíle un punto –dijo la voz.
Le subieron varios. Al cabo de varias horas de sesión, estaba destrozado. Lo colgaron de la cama de hierro. La ligadura penetró profundamente en su muñeca izquierda. Probablemente quedará paralítico de esa mano.

La historia de Víctor Liway es sustancialmente idéntica. Mientras lo picaneaban, le preguntaron por el asalto a una carnicería y a varias estaciones de servicio.
–Hacéte autor.

Víctor Liway se hizo autor: no aguantaba el sufrimiento. Incluso dijo que había usado su propio coche para los asaltos. A patadas y trompadas lo metieron en una camioneta gris y lo llevaron a su casa para recuperar el dinero. Como no encontraron nada, salieron furiosos. Los golpes se multiplicaron en el camino de regreso. Lo estaquearon en el cepo, que resucita después de un siglo para gloria de la "revolución argentina".

Adán Liway describe la picana como "un aparato que tenía como uñas en la punta". Se la aplicaron durante veinte minutos.

EL HAMPA UNIFORMADA
Entretanto los nombres pronunciados al azar, en la desesperación del sufrimiento, traían a la casa nuevas víctimas.

A Jerónimo Manzanete, obrero de 49 años, fueron a buscarlo a su casa de Lanús Oeste, en la tarde del martes, dos policías de civil que lo metieron en una camioneta. A las cinco cuadras lo esposaron y le taparon la cara con una campera. La sesión de picana duró dos horas, intercalada con puñetazos en la cara y el estómago, mientras le preguntaba qué había robado, y a quién, y en dónde. Después lo ataron a un barrote, con las manos a la espalda. El castigo se repitió tres días con sus noches.

Carlos Romero, de 23 años, es cuñado de los hermanos Liway. Se despertó en la madrugada del miércoles 9 con un golpe en la cara, frente a ocho civiles armados. Su madre fue apartada de un empujón. Lo cargaron en un coche y lo golpearon los veinte minutos que duró el viaje.
–¿Conoces la picana? –le preguntaron mientras lo subían desnudo a la "mesa".
–No.
–Ahora la vas a conocer.
La conoció. Cuando se la pasaron por la boca, empezó a sangrar. Una radio funcionaba muy alto para que no se oyeran sus gritos. Romero se hizo autor de una cadena de asaltos a estaciones de servicio.
–¿Y la florería?
–Sí, la florería también.
–¿Y los bancos? ¿Y la ametralladora? ¿Y la carnicería?
Sí, todo. Lástima que no pudo dar los nombres de sus cómplices: no los conocía.
Ricardo Rodríguez fue el último en caer: el jueves 10, en su casa. Su relato es un calco de los otros.

En la madrugada del sábado 12 se trasladó a los torturados a la brigada de Avellaneda. Los hermanos Grillo, Aráoz y los hermanos Liway llevaban cuatro días sin comer; Manzanete tres días y medio; Romero tres días. Los policías se mostraron entonces gentiles. Manzanete pagó dos mil quinientos pesos por un sandwich de mortadela. Con los restantes detenidos, redondearon diez mil. A Romero le habían quitado su automóvil, y lo usaban libremente, demostrando lo que ya hemos afirmado en estas columnas: que los torturadores son siempre ladrones.

El sumario policial, irónicamente, está caratulado "Asociación ilícita y robos". Empieza con ocho confesiones. La de Fortunato Grillo está firmada en la casa de Monte Grande, con la misma mano derecha en que acababan de aplicarle la picana. A Víctor Liway le hicieron firmar un papel que le prohibieron leer. Adán Liway admite que "firmó todo porque estaba muerto de miedo". Aráoz: "Cualquier cosa". Romero: "Firmó un papel sin animarse a leerlo". En cuanto al pobre José Grillo, "apenas podía moverse" cuando lo trasladaron.

El 16 de octubre La Razón publicaba la foto de la "temible banda": ocho hombres desmelenados, hambrientos y muertos de miedo, que confesaban asaltos por valor de 25 millones de pesos.

Estos son los métodos. Los métodos que utiliza una jauría de hombres degenerados, un hampa de uniforme, una delincuencia organizada que actúa en nombre de la ley. El nombre completo de esa asociación delictiva es Brigada de Investigaciones de Avellaneda, y su jefe es: el comisario Ernesto Verdum, domiciliado en la calle 12 de Octubre 234 de Avellaneda, con tres procesos abiertos por extorsión, cohecho y privación ilegítima de la libertad.




II


Explicamos en la nota anterior los métodos que utiliza para "aclarar" delitos una organización delictiva, de carácter oficial, conocida con el nombre de Brigada de Investigaciones de Avellaneda...
Las notas que se publican a continuación fueron redactadas por Rodolfo Walsh –aunque no hayan llevado su firma- y conforman una serie investigativa publicada en Primera Plana sobre las torturas, los métodos y el accionar policial con procedimientos tales como los que, años más tarde, emplearía la dictadura militar de Videla y compañía.

Los artículos fueron publicados a fines de 1968 y principios de 1969 pero bien podrían ser parte de la crónica diaria de hechos que esta Agencia suele publicar, aunque, lógicamente, sin la pluma de uno de los periodistas más importantes y comprometidos que tuvo este continente a lo largo de la historia.

Más de 25 años antes de que se acuñara el término “gatillo fácil” para dar cuenta de la facilidad de disparo de los agentes policiales al perseguir pobres para eliminarlos, Walsh ya hablaba de “gatillo alegre” para explicar idéntica situación.
De manera tal que el presente Boletín se convierte en una línea histórica en la que la tortura, las persecuciones, los delitos, las picanas y la corrupción eran y son parte ineludible del accionar de las fuerzas de seguridad.

Un ejemplo más sobre la inseguridad que los medios omiten y que los ricos y famosos prefieren no ver. Una muestra contundente para los que se sorprenden por la “delincuencia” y no alcanzan a comprender que antes de eso está la desigualdad, la persecución policial, las necesidades insatisfechas, la falta de oportunidades, la droga que manejan la Policía, y el discurso que habla de los “negros de mierda”.

Explicamos en el número anterior los métodos que utiliza para "aclarar" delitos una organización delictiva, de carácter oficial, conocida con el nombre de Brigada de Investigaciones de Avellaneda, cuyo jefe es: el comisario Ernesto Verdum, domiciliado en la calle 12 de Octubre 234 de Avellaneda, con tres procesos abiertos por extorsión, cohecho y privación ilegítima de la libertad. Queremos aclarar hoy que los procesos son, en realidad, cinco, e incluyen apremios y exacciones ilegales. Prosigamos ahora con la historia.

LOS CONOCIDOS DE SIEMPRE
El jueves 10 de octubre el abogado de los hermanos Grillo presentó ante el juez, doctor Ornar Ozafrain, un recurso de amparo. Ante el pedido del juez, la Jefatura de Policía de La Plata –desempeñada por un militar– respondió con las mentiras de siempre: esos hombres no estaban detenidos, mientras bajo cuerda se ponía sobre aviso a la brigada. Eso provocó al día siguiente el traslado de los detenidos a Avellaneda; y el sábado, a la comisaría tercera de Temperley.

Afortunadamente hay y habrá siempre en la policía hombres que reaccionan con indignación ante las torturas. Uno de ellos pasó el informe que permitió al juez allanar el lunes 14 la comisaría de Temperley, donde encontró a los ocho detenidos en lamentable estado. El examen médico, que reseñamos en nuestro número anterior, probó sin lugar a dudas el tipo de castigo a que habían sido sometidos.

La confidencia de origen policial iba más lejos, suministrando la dirección exacta de la casa de las torturas. Allí se precipitó el 16 de octubre el juez, en compañía de Fortunato Grillo.

Aprovechando su detención, la brigada había desvalijado el domicilio de Grillo. Esto tampoco es nuevo: lo mismo había ocurrido con Juan Bautista Avelia, en Dock Sud. Lo cierto es que en el reducto de los torturadores, Grillo encontró ahora una serie de objetos de su propiedad –desde colchones hasta un mate con bombilla– con que los correctos funcionarios estaban amoblando su nidito.

Lo más importante, desde luego, no era eso, sino las dos mesas de tortura –buenas para faenar chanchos, como dijo un testigo– que el magistrado exhibiría más tarde ante los estupefactos periodistas. Millones de lectores han visto las fotografías, así que ahorramos la descripción.

Aun esto no era lo más importante, sino dos papelitos que el doctor Ozafrain tuvo el acierto de encontrar. Uno parece insignificante –la anotación de un partido de chinchón–, pero no lo es, porque en otro brutal episodio de torturas que era denunciado casi simultáneamente, la víctima, Humberto Castañares, recuerda que sus verdugos también jugaban un partido de chinchón. Señalamos la coincidencia al juez doctor Querello, que trata ese caso, y sirva ésta de atenta nota de remisión, como dicen en tribunales.

El otro papelito tiene un mensaje manuscrito que dice así: "Crucci o Cortez esta caja de balas estaba en el suelo de la pieza última, le gastamos 5 balas. Decíle a Alaniz que deje la radio afuera y kerosén - Sardón".

La explicación de las balas es simple. Con un rifle 22, también robado a Grillo, los hombres de la brigada se entretuvieron en perforar latas el tiempo que les dejaron libre las partidas de chinchón y las sesiones de picana. Dejemos a Crucci por el momento en la heladera (mientras procuramos que él no nos ponga en la parrilla) y veamos quién es Cortez. Se trata de:

Manuel Eulogio Cortez, cabo de la brigada de Avellaneda, felicitado en junio de 1967 por el
"esclarecimiento" del caso llamado del Sátiro, y no sabemos si felicitado en abril de este año por la
"ejecución" de los presuntos delincuentes Moro y Moya.

¿Y el que iba a dejar la radio afuera? Es:
Zenón Alaniz, sargento primero de la brigada, con parecida foja e idénticas felicitaciones.

Dijimos ya en el número 2 de CGT (9 de mayo) que estos hombres eran torturadores, y relatamos el caso del infortunado Luis Rudaz, a quien la brigada calificó de "Sátiro" y picaneó de lo lindo hasta que el juez lo excarceló y tuvieron que buscar otro: lo encontraron al día siguiente.

Verdum, Alaniz, Cortez integraron con otros la comisión que dio muerte el 17 de abril de este año a los delincuentes José Moro y Eulogio Moya. Vista la irresistible costumbre de la policía bonaerense de matar delincuentes en proporción de diez a uno con sus propias bajas, reiteramos, agravada, la pregunta que formulamos hace seis meses:

Si el Sátiro no era el Sátiro, y si los camioneros torturados en El Destino no eran ladrones, Moya y Moro ¿serían delincuentes?

Uno de los acusados ante el juez Ozafrain parecía albergar las mismas dudas, y pidió que se reabriera aquella causa. Era el:
Oficial inspector Carlos Arturo Figueroa, domiciliado en Ignacio Cortina 2131, Valentín Alsina, y miembro precisamente de la comisión que con Verdum, Alaniz y Cortez, "ejecutó" a los presuntos delincuentes Moya y Moro.

¿Qué podía perseguir el inspector Figueroa con esta reapertura de la causa? Lo que consiguió: que el expediente pasara de las manos del doctor Ozafrain a las de otro juez, el doctor Madina, con quien espera, acaso inútilmente, tener mejor suerte.

La maniobra merece una explicación.

POLICÍAS TORTURAN POLICÍAS
En la defensa de los derechos humanos algunos jueces de La Plata mantienen desde hace años una honorable tradición. Baste recordar la brillante pesquisa del juez Hueyo en "Operación Masacre" o las acusaciones del fiscal D'Elía en los casos Valiese y Florida. El propio Madina, el fiscal Doglia y otros han hecho más de una vez honor a su magisterio. Todo hacía presumir a fines de octubre que el juez Ozafrain confirmaría esa trayectoria con un rápido esclarecimiento de los hechos. La Policía bonaerense tenía un motivo especial para pensarlo: en junio último el doctor Ozafrain desafió sus iras, amparando un acto en homenaje a la Reforma y ordenando la detención del comisario Aceto que se había alzado contra su autoridad. En respuesta, la Escuela de Policía despojó al doctor Ozafrain de las cátedras que allí dictaba.

Y esto explica la desesperada maniobra del inspector Figueroa para cambiar de juez.
Lo que quedó sin explicar es la furia con que la Brigada de Avellaneda se ensañó contra uno de los ocho torturados de El Destino. Se trata de Víctor Augusto Liway, quien tiene la curiosa particularidad de ser empleado (mecánico) de la Policía Federal.

Cuando Liway mostró su credencial, arreciaron los golpes. Cuando su mujer quiso intervenir, amenazaron llevársela. Cuando insistió en que él era de la Federal, se refirieron a esa institución en términos irreproducibles. Lo picanearon de tal modo que, no pudiendo resistir el dolor, confesó cualquier cosa.

De este modo parecía reiniciarse la guerra secreta entre ambas policías, sobre la que el periodismo especializado volcó en su hora ríos de tinta, y que habría dado origen a aquella famosa "serie sangrienta" que en 1964 pobló de cadáveres los caminos del Gran Buenos Aires y sólo terminó con el "suicidio" del Loco Prieto. Tampoco faltaron entonces las torturas infligidas por la bonaerense a miembros de la Federal, como los suboficiales Daumas, Farquarson y Rivero.

Esta vez, la réplica de la Federal fue contundente. El 26 de octubre la comisaría 33a anunciaba complacida al periodismo que tras una rápida incursión a la provincia, se había detenido a una temible banda de extorsionadores. Uno de sus jefes era el oficial ayudante Oscar Rene Torne, de la Policía de la Provincia de Buenos Aires...

UN SECUESTRO
Una denuncia urgente nos obliga a interrumpir momentáneamente la continuidad de esta serie:
El jueves 31 de octubre fue secuestrado en Isidro Casanova, entre las 18.30 y las 19, el compañero
Osvaldo Scarlatto, de 17 años, militante de la Juventud Peronista de Matanza.

Como la policía de la Matanza está complicada juntamente con la brigada de Avellaneda en los casos de tortura que investiga el juez Guerello, se teme fundidamente por la vida de ese compañero que no había aparecido al cierre de esta edición, martes 5. La CGT se ha movilizado para dar con su paradero, sin perjuicio de denunciar con urgencia, en nivel internacional, esta serie infame de atropellos que asimismo se nutre a último momento con nuevos casos en Mendoza y Tucumán.

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