Friday, July 03, 2009

Nada más preciado que la credencial de elector



Elena Poniatowska


¿Qué pasaría si el domingo 5 de julio la ciudad de México amaneciera vacía, si nadie saliera de su casa y nadie votara porque todos nos hemos convertido en un inmenso NO? ¿Qué pasaría si la ciudad se viera desierta? ¿Qué pasaría si de todas las bocas saliera el grito: Ya nos cansamos? Visualizo una explanada libre de la contaminación visual de las mantas y las siglas, las pancartas en cada poste con mensajes improbables, las hienas que sonríen, las consignas, las transas, el lodo de las promesas.

¿Qué pasaría si el país entero cerrara la puerta a los partidos políticos, a los espots de los medios televisivos y radiales? ¿Qué pasaría si las cantidades estratosféricas que se gastan en las elecciones se destinaran a los niños de México? ¿No es hora de que el gasto multimillonario en propaganda que proviene de nuestros impuestos tenga otro cauce? ¿Qué pasaría si gritáramos que ya no confiamos y no vamos a votar? ¿Qué pasaría si nuestra actual consternación se materializara?

Cada seis años, Guillermo Haro y yo votábamos por Cuauhtémoc Cárdenas con un gusto que todavía recuerdo; era un gran día y después íbamos a desayunar sonrientes y saludábamos a otros vecinos que también consideraban que su voto tenía valor. Sabíamos del tapado, de las chicanas y las trampas, las urnas rellenas y su robo, pero considerábamos que votar era nuestro deber, nuestro privilegio, y nada más preciado que la tarjeta de elector dentro de la bolsa o la cartera. Perderla equivalía a perder la propia identidad. Nuestro pasado anímico era mejor y votar un acto civilizatorio. Ahora hasta el voto nos han envenenado y votaré con mucha angustia, porque abstenerme o nulificar el sufragio favorece al PRIAN. Además de su larga tradición fraudulenta, hoy la conformación de los organismos de arbitraje (IFE, Trife, Fepade) está sesgada en favor del PRIAN, a pesar de que la sociedad civil despertó como nunca y exigió nuevas reglas, en gran parte gracias a la resistencia civil pacífica y posteriormente a la lucha de ciudadanos expertos y dignos, porque el petróleo sea nuestro.

Ahora confrontamos el voto nulo, el voto en blanco y la abstención. El desastre hace que uno pueda votar por Esperanza Marchita, El Chapulín Colorado, La Chilindrina o cualquiera que se nos ocurra. Soy respetuosa de quienes van a abstenerse, votar en blanco o anular su voto porque comparto su hartazgo y su tristeza, pero en la actual situación mexicana pienso que hay que escoger una opción que le quite congresistas al PRI y al PAN. Votar por los candidatos independientes incapaces de votar contra la ley indígena, como lo hicieron sus antecesores de izquierda, y capaces de hacer propuestas originales y tener conductas frescas nos da la oportunidad de encontrar nuevas formas de hacer política.

Renovar la Cámara de Diputados es una obligación ciudadana. Claro que no hay mucho de dónde escoger y hay que empezar por excluir al Panal, por ser apéndice del PAN, y al Partido Verde Ecologista, por ser empresa unifamiliar (¡el único partido verde en el mundo favorable a la pena de muerte!). ¿Por quién vota el que no vota?, pregunta Ilán Semo a quienes proponen no votar y a quienes van a ir a las urnas a anular su voto. El mismo rector de la UNAM, José Narro, aconseja ir a las urnas. Lorenzo Meyer dice que la mejor vía no es la abstención electoral, porque se confunde con desidia e indiferencia; Miguel Ángel Granados Chapa declara que mientras más chica sea la porción de la sociedad que les da poder a los partidos, más impunes van a ser éstos por favorecer a un sector muy reducido de la población. José Woldenberg afirma que la abstención no cuenta y también puede ser leída como consenso pasivo, y que el voto nulo en sí mismo no expresará más que desencanto, malestar, desprecio. Los tres tienen razón, y recurro a ellos en este momento de desesperación en la vida anímica y en la realidad de mi país.

Ahora sé que México no amanecerá vacío ni permaneceremos en nuestra casa, pero sé que podemos darle muchas lecciones a la partidocracia inepta, dividida y corrupta, como sucedió en 2000, cuando gran parte de la ciudadanía votó por una opción que no era el PRI y por un precandidato no impuesto por un partido y logró romper en forma pacífica con un régimen que tenía 70 años en el poder.

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