Sunday, January 17, 2010

Juegos de guerra



Jorge Moch 
tumbaburros@yahoo.com


Somos, en la práctica, una nación en guerra civil. Como durante la Decena Trágica , la vida en México es un sobresalto detrás de otro; escuchar la balacera que truena cerca y pegar un brinco del susto; llorar un muerto de bala perdida, de exceso de celo militar, de rabia desbocada, genocida, criminal. Las noches mexicanas en demasiados lugares suponen amenaza, no espacio de reposo. La noche es de los levantones, de los cateos sin or den ni permiso ni derecho, cocinados al vapor del momento con toda la alevosía que dan la presunción de culpa y las balas que llenan los fusiles de muerte, de amenaza, de intimidación. La noche acuerpa esos tres vehí cu los del ejército atestados de soldados mal encarados de pronto afuera de mi casa y yo pensando que cualquier delación tramposa, cualquier soplo mal intencionado es un arma cargada y letal. Así quién quiere hacer lucha social, protestar por el intermi nable rosario de abusos perpetrados desde todos los otros estamentos del gobierno que dice estar allí muy bien, muy seguro, muy chingón haiga sido como haiga sido, al fin y al cabo rodeado de miles de guaruras, de soldados, de policías que parecen haberse convertido en nada más que los sica rios de la acera de enfrente, y no en garantes del estado de derecho.
Más de dieciséis mil muertos ya y contando. Casi todos, casi siempre, criminales o inocentes peatones, civiles. Más de la docena de compañeros periodistas asesinados en un año. Cientos de muertas más en Juárez, entre los miles muertos solamente en esa ciudad disputada por grupos criminales y ese otro grupo cri minal en que, reitero, parece haberse convertido ya el gobierno mexicano. Miles de desaparecidas en Puebla, mujeres con cuer po de botella de coñac. Y mucho circo, mucho futbol, mucho concurso de baile y de belleza y de pura estupidez, y muchas declaraciones de preclaros encorbatados y de sotanas admonitorias, y mucha, mucha mansedumbre todavía, porque eso es precisamente lo que compran el miedo y la diversión y el fanatismo.
¿Y las medidas de prevención a las adicciones?, ¿y la educación?, ¿y las audi torías, vaya, a gente de la seguridad pública, como su director, Genaro García Luna, el de montajes de cámara y nuevas mansiones de decenas de millones de pesos que a malpensar de dónde salieron?
Nada, nada. Lo que importa no son los muertos, sino la imagen. No los abusos impunes de la tropa y de las policías corruptas hasta la jodida médula, sino los anuncios en la tele. No la sangre en la calle, ni el llanto, ni los miles de huérfanos, sino el qué dirán. Qué dirán nuestros socios co merciales. Qué dirán los curánganos que pegan de chillidos de mico para exigir, en la lógica fascista de orden y respeto sin entendimiento cabal (y pacífico) del fenómeno de las drogas, la presencia callejera de los soldados, convertidos en sicarios de reacción según delaciones y pitazos, en lugar de hacerlo de acuerdo a una bien instrumentada estrategia de inteligencia. Y no porque no quieran; es que desarrollar una campaña de contrainteligencia exitosa en contra del crimen organizado en México es imposible, porque la policía, casi toda, municipal, es tatal y federal, es corrupta. Por eso la “inteligencia” de las operaciones suele venir de fuera, de los estadunidenses, de la dea y sus delatores, y ello en función de su propia agenda secreta, sus intereses y prejuicios. Tan fácil sería ganar la partida con seguir los hilos del dinero, pero posiblemente habrán de llevar a las casas de reconocidos funcionarios y magnates, y esa sola posibilidad debe ponerlos harto nerviosos.
Nada beneficia tanto a un Estado totalitario y proclive al atropello, que un presunto escenario de guerra. El gobier no mexicano, en su estupidez infinita, se las ha apaña do para convertir un problema de salud pública en un asunto de seguridad nacional, precisamente cuando se acercan las elecciones donde claramente se perfila nuevamente un cambio de colores partidistas, que no de proyecto de derechas, de supeditación a los dictados de Washington y usan do, para ello, todo el poder del miedo y coercitivo de los poderes fácticos, ése cónclave de hijos de puta con y sin sotana que ni una vez en su vida se han calzado los huaraches del jodido mexicano, su carne de cañón, su inconmen surable negocio de menudeo. Oigo balazos. ¿A dónde correr?, ¿dónde guarecerse?, ¿dónde se fue la paz?, ¿y la prosperidad?, ¿y el empleo bien remunerado?, ¿y la seguridad social?, ¿dónde la tutela del Estado?, ¿dónde las garantías individuales? ¿Dónde la vida digna?

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