Monday, March 05, 2012

La laicidad como espacio público


La laicidad como
espacio público
El carácter laico del Estado mexicano se encuentra frente a una encrucijada. Mientras un grupo de diputados ha aprobado agregar el adjetivo “laica” para definir a la República en la Constitución, otro votó a favor de ampliar la “libertad religiosa”, abriendo paso a los actos de culto en espacios públicos y otras participaciones de las iglesias en la vida pública. Ambas iniciativas esperan ser debatidas en el Senado, por lo que este recinto legislativo convocó al Foro de Análisis y Reflexión sobe la Reforma al Artículo 24 Constitucional. Durante la reunión, el investigador Felipe Gaytán Alcalá se abocó a definir los alcances y los límites del Estado laico y más aún, de la laicidad como concepto en sí mismo.



Felipe Gaytán Alcalá*

Más que discutir el Estado laico, debemos discutir la laicidad, la cual incluye al Estado y éste, a su vez, tiene la característica de ser laico. La laicidad es un régimen social donde impera la voluntad general de un pueblo. En ese sentido se da una separación entre la religión y la política. La laicidad no es anticlerical, no es antirreligiosa, es simplemente una división. Como proceso establece marcos en los cuales delimita lo que compete a la política y lo que compete a la religión. Entendida así, la laicidad no tiene una característica netamente anticlerical negativa, por el contrario, habilita todas las libertades, los derechos ciudadanos y la posibilidad de que el Estado regule la convivencia.
La laicidad es, ante todo, un proceso y no una sustancia; es un transcurrir que va transformando. Hay que reconocer que en este país la historia está marcada por las luchas entre la Iglesia y el Estado. La discusión actual sobre laicidad pareciera ser del siglo XIX y lo estamos discutiendo hoy, en pleno siglo XXI; estamos debatiendo temas que desataron guerras en el siglo XIX y produjeron conflictos en el XX. Hoy los traemos a colación, estamos abriéndolos en el espacio público. Démosle un sentido a esta discusión: estamos debatiendo una laicidad del siglo XXI. El tema son las libertades y no las libertades religiosas, sino las libertades laicas.
Estas libertades laicas incluyen varios elementos: libertad de conciencia, libertad de información, libertad de decisión, libertad de actuar, y el Estado tiene que ser garante de esas libertades laicas. La libertad religiosa es solamente una de ellas. Si reducimos toda la laicidad a la separación de Iglesia-Estado, estamos acartonando demasiado el concepto, que es mucho más amplio que simplemente esa separación. La laicidad es transversal porque cubre todas estas libertades laicas que se asocian con las libertades civiles.
Al ser referente de la política, la laicidad reconoce un elemento esencial: la ciudadanía, que juega un papel fundamental. ¿Por qué debatimos sobre el artículo 3° además del artículo 24? ¿Por qué el tema de la educación? En Francia, el tema de la laicidad surgió no a nivel de la política en general, sino en el ámbito de la educación. Es ahí donde se forman los ciudadanos. El ámbito educativo tiene mucho que ver con la construcción de los futuros ciudadanos y las responsabilidades, las libertades y los derechos que habrán de asumir.

México, con nombre y apellidos

En América Latina podemos ver ejemplos de Estados dicen ser laicos pero en la práctica no lo son. En México, el concepto “Estado laico” no aparece en el artículo 40 constitucional, pero de facto hemos estado funcionando como un Estado laico. Es hora de que hagamos cosas con palabras, pongámosle el adjetivo de “laica” a esta república que se dice representativa, democrática y federal.
Imaginemos al Estado laico no como un actor directamente en las disputas en torno a los temas sociales, morales y éticos, sino como un semáforo que regula estas libertades. El Estado laico no tiene por qué discutir temas que tienen que ver con la conciencia, sino que debe garantizar que la persona que con su conciencia decida hacer algo –dentro del marco jurídico– sea respetada si actúa de esta manera y no de otra. Es de esta forma que las libertades civiles están asociadas a las libertades laicas.
Otro tema es el de la representatividad. ¿Quién representa qué? Si el Estado es laico, la laicidad reconoce ciudadanos. Por ello la disputa, los debates y el diálogo se dan con ciudadanos, no con representaciones. El Estado laico trata con ciudadanos, no con creyentes. Los creyentes tienen su propio espacio, sus propios ámbitos, donde deben permanecer; en el espacio público se construye ciudadanía.
A final de cuentas, las denominaciones religiosas no responden a sus creyentes, sino a una fuerza mayor; algunas veces a Dios, otras, a otra fuerza. Los ciudadanos, por su parte, responden a un convenio, a un Estado que establece reglas y derechos. Si el Estado decidiera democráticamente incluir a todas las organizaciones religiosas, darle juego a todas en el espacio público, eso tampoco sería un Estado laico, sería un Estado pluriconfesional.
La laicidad tiene que ver también con la legitimidad. Si hablamos de legitimidad en términos de los políticos –y digo de los políticos, no de la política–, éstos no son bien vistos en la sociedad, por lo que muchos recurren a sacerdotes, obispos, cardenales o pastores, creyendo que la legitimidad se transfiere tal cual a ellos, y empiezan así a romper la división entre religión y política.
A la vez, hemos caído en una trampa discursiva al hablar sobre crisis de valores. ¿Qué valores estamos discutiendo? Si tocamos ese tema, los grupos más ortodoxos y conservadores levantan la mano para decir: “nosotros tenemos los valores que la sociedad necesita”. Estos grupos introducen el tema de esa supuesta crisis cuya solución son unos valores per se que tiene que vivir la sociedad. Entonces empieza a romperse el Estado laico porque ¿cuáles son los valores de esta sociedad? ¿Cuáles son los valores que requerimos? Muchos de ellos están en las libertades laicas.
Laicidad a todos los niveles
En esta discusión hay un tema que se nos ha pasado de largo. Estamos discutiendo las posibles reformas a la Constitución, pero recordemos que el artículo 40 también habla de las entidades federativas y comienza a perfilar los diferentes órganos de gobierno locales. ¿Nos hemos puesto a pensar cómo es el ejercicio de la laicidad, no en el espacio federal sino en el municipal? Ahí, a lo largo del tiempo, se ha violado la laicidad constante, flagrantemente, porque las autoridades municipales consideran que el asunto no es de su competencia.
Así, por ejemplo, en el ayuntamiento de León, Guanajato, hace algunos años se instaló un altar en la semana santa. Argumentaron que la manifestación era “parte de la cultura popular”, y el altar se quedó ahí. Y se dan otros casos similares. El nivel municipal es el espacio público primario donde se vive la ciudadanía, donde se da la convivencia y se desarrollan las relaciones sociales; está mediado de manera convencional. Ese es un debate que no hemos abordado. Actualmente, cuando se discute sobre el artículo 40 constitucional, podemos hacer que el Estado sea laico, pero este concepto también tiene que reflejarse hacia abajo, hacia los niveles estatal y municipal. Si las autoridades locales justifican destinar una serie de recursos y donaciones a la iglesia con el argumento de que se trata de causas sociales, adelante, que sea así, pero que sea transparente y que se pongan límites.

Laicidad ¿positiva o negativa?

No podemos dejar de poner atención en el discurso, porque es ahí donde se pueden generar las confusiones. Cuando se empieza a hablar de defender la laicidad y las libertades laicas, del otro lado los grupos más conservadores o aquellos que buscan modificar el artículo 24 responden: “Estamos de acuerdo, ¿cuál es el problema? Estamos a favor de la libertad religiosa, a favor de una laicidad positiva”. Pero hay que tener claro qué significa la libertad religiosa. Las libertades laicas se refieren a la libertad religiosa como la libertad de conciencia, la libertad de creencia de cada uno de los individuos, mas no se refieren a las organizaciones. Éstas tienen que desarrollar sus actividades específicamente en los espacios de culto.
Pero del otro lado no lo ven así; en realidad hablan de meterse al espacio público, posesionarse de él y establecer su agenda. La laicidad "positiva", como la sostienen los grupos conservadores, no es otra cosa que la “obligación” del Estado de reconocer el legado de las iglesias. Benedicto XVI se pronunció al respecto en Francia, al decir que había que reconocer el aporte a la democracia, por tanto, la iglesia católica tenía que ser tomada en cuenta en el espacio público y más aún, en las políticas públicas. En este sentido, no pueden agregarse adjetivos. Hablamos de laicidad a secas, hablamos de Estado laico, a secas.
Hoy, en el siglo XXI, el Estado en general se ha vuelto pequeño y se ha vuelto demasiado grande. Se ha vuelto pequeño ante los grandes retos de la vida social, ante los problemas, pero se ha vuelto demasiado grande para regular la vida cotidiana de cada uno de nosotros. Tenemos que pensar en el Estado laico pero también debemos pensar la laicidad como espacio público en el cual se garanticen las libertades y los derechos de cada individuo. Sobre el tema, los senadores y los diputados tienen un reto, pero también nosotros como sociedad: reconocer explícitamente en el artículo 40 constitucional que México, históricamente, ha sido un Estado laico, cosa que no está escrita pero se entiende. ¿Por qué no hacerlo visible? Hay que hacer las cosas con palabras.
* Doctor por el Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. Editor del boletín Libela, de la Red Latinoamericana para las Libertades Laicas y director de la Revista del Centro de Investigación de la Universidad La Salle.
+ Versión editada de la intervención en el Foro de Análisis y Reflexión sobe la Reforma al Artículo 24 Constitucional, Auditorio del Senado de la República, 22 de febrero de 2012
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