Sunday, March 23, 2014

La extinción de las lenguas



Cruce El Naranjo-Tenosique, Tabasco. Foto: Prometeo Lucero
Víctor de la Cruz
El nuevo milenio comenzó con dos crímenes de lesa humanidad: los atentados terroristas del 11 de septiembre contra las torres del World Trade Center y la respuesta a los mismos, que ha costado un número mucho mayor de víctimas inocentes. Antes de los atentados en Nueva York, el 1 de marzo de 2001, las agencias internacionales despacharon una noticia que prueba la estupidez del ser humano en determinados momentos de la historia: “El régimen talibán comenzó hoy la destrucción de todas las estatuas del país, incluyendo los Budas tallados más altos del mundo, pese a las protestas que la medida ha provocado en el mundo y las peticiones internacionales”. Posteriormente nos llenamos de horror al tener información de las atrocidades cometidas por el ejército estadunidense y sus aliados sobre la población afgana en una guerra de permanente colonización contra los no cristianos. Después de conocer la repetición de dichos crímenes sobre territorio iraquí, ordenados o tolerados por los gobiernos anglosajones, un periodista escribió: “Ésta no fue una ‘guerra’ contra un dictador, ni siquiera una simple y horrible masacre de un pueblo: es la destrucción deliberada de una civilización, perpetrada por bárbaros modernos, quienes combinan armas de destrucción masiva de alta tecnología que puede dirigirse contra hogares, fábricas, oficinas, plantas de tratamiento de agua e instalaciones públicas. Bárbaros que cuentan con vándalos y fuerzas paramilitares que destruyen el legado de 5 mil años de civilización y tres décadas de la historia moderna de un Estado árabe laico” (James Petras, “El genio malvado del imperio: ¿podrá Irak renacer?, La Jornada, 21/4/02).

Sunday, March 16, 2014

The Beatles- Hey Bulldog Legendado HD

Mar de Historias/ La Jornada



Su identificación, por favor

Cristina Pacheco

Me gustan los diccionarios. Son libros generosos, pacientes y democráticos. A nadie le niegan la definición de una palabra, por larga, corta o infrecuente que sea. Gracias a mi gordo Larousse aprendí que el término sinastrosis corresponde a la articulación fija entre dos huesos, pipiol es un dulce elaborado con harina que tiene forma de hojuela y urchilla se llama el líquen que vive en las rocas bañadas por el agua de mar.

Los diccionarios, pesados, dignos y memoriosos como los elefantes también subsanan olvidos. La otra mañana, al despertar y oír los primeros sonidos de la calle, pensé en todas las cosas que tendría que hacer sin la presencia de la persona más querida. Me asombró que sin, un vocablo de sólo tres letras, fuera capaz de regir todos los verbos que conjugo de la mañana a la noche. Despertar sin. Leer sin. Escribir sin.

Más me extrañó no poder recordar en qué categoría del lenguaje estaba un término tan poderoso. Subsané la injusticia (con el lenguaje y con mis profesores de español) acudiendo al diccionario.La sección que corresponde a la s abarca de la página 901 a la 953. En la 929 encontré lo que buscaba: Sin. Preposición. Denota privación o carencia. (La rima es cortesía de Larousse.) No precisa término de tiempo, pero yo lo sabía y me dije: Tendré que despertarme, leer, escribir, sin durante el resto de mi vida.

II

Sonó el timbre. Descolgué el interfono: ¿Quién es? Dos golpes en la puerta me indicaron que se trataba de alguien urgido. Corrí a la puerta. Al abrirla encontré montado en su bicicleta a nuestro-antiguo-cartero. Me emocionó ver su rostro sereno y su cabello abundante muy blanco. Esos detalles y la camisa de manga corta me hicieron imaginarlo durante el fin de semana largo recorriendo alguna playa atestada para recolectar con sus nietos las conchitas y los líquenes que arroja la marea.

Apresurado, sonriendo apenas, nuestro-antiguo-cartero sacó de la canastilla metálica un sobre de plástico largo. Por la envoltura comprendí que era un envío del banco. El mensajero se limitó a leer el nombre del destinatario. Hice un esfuerzo y le di la noticia: Él murió. En vez de expresarme sus condolencias o decirme lo que suelen aconsejarme mis atentos vecinos (El tiempo lo cura todo), se limitó a pedirme una credencial de elector. ¿La mía? No. La del destinatario.

Para que entendiera a quién se refería me acercó el sobre. Alcancé a distinguir el nombre de mi esposo en un recuadro azul. Pensé en otra sepultura, en el poder inmenso de la palabra sin.

Estuve a punto de llorar, pero me contuve y armada de valor insistí: Él murió. Comprendí que otra vez el cartero no me había escuchado cuando lo vi mover el sobre con la actitud del amo que aspira a despertar el interés de su mascota: Sin una identificación no puedo dejarle el documento. Es personal. Desolada repetí: Murió. “¿Quién?, peguntó mientras buscaba una contraseña. Disimulé mi impaciencia: Ya se lo dije: mi esposo, ¿quién más? Un gesto burlón se dibujó en el rostro del cartero: Y yo ¿cómo voy a saber qué grado de parentesco guarda con el destinatario? Podría tratarse de su hermano, de su padre.

La reflexión del cartero me pareció injusta. Después de que me había alegrado de volver a verlo y hasta lo imaginé disfrutando de la playa con sus nietos, resultaba que al cabo de tantos meses de venir a la casa ni siquiera sabía que el destinatario era mi esposo. Se lo dije. Lamentó su muerte con un suspiro y enseguida pasó a una conclusión: Me imagino que habrá guardado sus documentos, entre ellos su credencial de elector. Esa ya no sirve. La que necesito es la suya. Muéstremela, si es tan amable, para que le entregue la correspondencia.

La escena era absurda y hasta inhumana: Señor, si mi esposo ya no vive, ¿qué objeto tiene que reciba su tarjeta bancaria? Esa es cosa de usted. Mi deber es entregarla. A eso vine. Si hubiera sido otra persona y no nuestro-viejo-cartero habría cerrado la puerta. En vez de hacerlo traté de conquistar su comprensión: Perdone. Últimamente me han solicitado decenas de veces mi credencial de elector. No recuerdo en dónde la guardé, pero la tengo, se lo aseguro.

Me hizo un guiño aprobatorio. Sentí como si me hubiera puesto una estrellita en la frente y en señal de agradecimiento sentí deseos de contarle mis experiencias positivas en el módulo del IFE. No pude hacerlo porque retomó la conciencia del deber y la palabra: Señora, entienda: necesito su credencial ya que, como me dijo, el destinatario era su marido. Y seguirá siéndolo aunque ya no esté. Pero está usted, agregó invencible.

Era evidente que el cartero se guiaba (al menos en su horario de trabajo) por una lógica impecable y decidí seguir el mismo camino: “Desde luego, pero vuelvo a lo mismo que le dije antes: ¿qué sentido tiene que reciba una tarjeta de crédito que mi marido ya no va a usar? Comprenda: ya no le servirá para nada porque él…”

Las palabras se me ahogaron en la garganta. El mensajero se rascó la cabeza con el sobre de plástico y me hizo una pregunta extraña: ¿Va a estar aquí mañana? Para entonces ya habrá encontrado usted su credencial de elector o su pasaporte. También sirve de identificación. Salió a flote mi orgullo: Disculpe, sé muy bien que tengo mi credencial en alguna de mis bolsas. Será cuestión de buscar un poquito. Entonces hágalo y permítame verla. De otro modo no puedo entregarle el documento.

En mi mente sustituí la imagen del cartero como abuelo paciente por la de otro recalcitrante y pellizcón al que aborrecí. Creo que usted no me ha entendido. Mi esposo... El empleado de correos me interrumpió: “Sí, ya sé. Me queda claro que usted es la viuda del destinatario…” Odio el término viuda. Basada en una de las muchas lecciones que he recibido en las últimas semanas le aclaré: Para la ley, se clasifica como soltera a la persona que pierde a su cónyuge. Su expresión se volvió maliciosa, incrédula: Esa no me la sabía. Para mí es viuda la mujer a quien su marido se le adelanta en el camino. Es su caso y por lo tanto puedo recibir la tarjeta del finado, siempre y cuando me facilite su identificación.

Inútil seguir hablando. Cualquier intento por esclarecer la situación serviría nada más para alargar un diálogo de locos. Para evitarlo preferí someterme a la exigencia: Espéreme un momento. Voy a por mi credencial. Satisfecho, el mensajero me pidió un esfuerzo adicional: Le ruego que no se tarde. Ya perdí mucho tiempo con usted y todavía me falta correspondencia por repartir.

III


No olvido la expresión relajada del cartero cuando al fin me entregó el sobre lleno de indicaciones: Importante. Estimado cliente. Al recibir esta bolsa por favor verifique los cinco puntos señalados al reverso. Si detecta…” No tenía caso seguir. Giré la bolsa. Allí estaban, en el recuadro azul, el domicilio, la colonia y el nombre de mi esposo. Al leerlo imaginé cuántos sobres seguirán llegando sin que él pueda abrirlos. Sin. Preposición.

Sunday, March 09, 2014

“El aporte de la ética feminista del cuidado para una sociedad sin violencia”



E-mail
De Insurrectas y Punto de Argentina, coordinado por Diana Cordero
Alba Carosio / La Araña Feminista

La ética feminista del cuidado es también una política maternalista del cuidado, una política feminista de lo privado en lo público, inspirada en el amor, la intimidad y la responsabilidad.
El sistema sexo-género socializa de diferente manera a los hombres y a las mujeres. Tradicionalmente ha sido socializado como femenino: el cuidado, lo personal, lo afectivo y la mediación. El concepto del “cuidado o cuido” se relaciona con la generación, reproducción, mantenimiento y conservación de la vida, y es a las mujeres quienes se les ha adjudicado históricamente las tareas que conlleva, se basa en la extensión del rol de la maternidad a todos los comportamientos sociales de las mujeres. El “cuidado” implica responsabilidad por la vida de los demás, valorar las relaciones personales, atender a las necesidades de otros, etc.
Y es evidente que hay una “ética del cuidado”, que promueve la valorización de las virtudes y comportamientos necesarios para atender al otro. Se trata de un modelo moral basado en el afecto y la filiación, especialmente en la responsabilidad por la protección del otro. Desde la perspectiva de la ética del cuidado, la interpelación del otro necesitado que exige ser atendido es clave como motor de la acción moral, la percepción y la empatía hacia el otro son condiciones de partida para toda práctica ética. El modelo es la atención materna, en la cual son socializadas todas las mujeres.
Es con base en este conjunto de valores que los feminismos actuales proponen un cambio civilizatorio. Para nuestras sociedades mercantilizadas y patriarcales el “cuidado” es solamente y en todo caso, un valor y una actividad privada y personal, solamente limitada a la familia inmediata y principalmente bajo la responsabilidad femenina. En el plano público el ideal social que propone el sistema es el de un yo sin vínculos, completamente autosuficiente en su vida pública, que oculta su dependencia privada, y se maneja de una manera “racional” y competitiva, sin dejarse desviar por afectos.
Frente a esta teoría dominante, el concepto central de la ética del cuidado es la responsabilidad afectuosa. Puesto que la sociedad no es un conjunto de individuos solos, los seres humanos formamos parte de una red de relaciones, dependemos unos de otros. La ética del cuidado cuestiona la base de las sociedades capitalistas en las que el intercambio es de valores idénticos: “tanto me das, tanto te doy”. Si se aplica la responsabilidad, el intercambio no es exacto, depende de lo que cada uno necesite.
La orientación a la responsabilidad que nos plantea la ética del cuidado rescata la afectividad, y dentro de ella el valor de la compasión. Se refiere a esa fraternidad bien entendida que viene a corregir, por la vía del afecto, de la comprensión y del amor tanto las injusticias como las insuficiencias de la justicia. En la ética del cuidado se reivindica la importancia de los sentimientos para la vida ética, moral. El sentimiento no solamente es indispensable e irrenunciable en la sensibilidad humana, sino que es motivador de la conducta, que es, a fin de cuentas, de lo que se trata.
Este tipo de sentimiento es indispensable para el desarrollo de la solidaridad, porque la solidaridad consiste en sentirse responsable por el destino del otro. Es estar unido a otras personas o grupos, compartiendo sus intereses y sus necesidades, sentir y ocuparse del bien y del dolor ajenos. La solidaridad va más allá de la justicia, tiene que ver con cuidar del otro: la lealtad con el amigo, la comprensión del maltratado, el apoyo al perseguido, la apuesta por causas impopulares o perdidas, todo eso puede no constituir propiamente un deber de justicia, pero sí es un deber de solidaridad.
La ética feminista del cuidado es también una política maternalista del cuidado, una política feminista de lo privado en lo público, inspirada en el amor, la intimidad y la responsabilidad. Una ética social en la que un concepto central es el de “amor atento”. La maternidad es una relación primaria que podría servir de paradigma para definir relaciones sociales en su conjunto.
En este punto, una precisión necesaria: no hay conexión esencial, entre ser mujer y realizar el trabajo maternal; pero sin embargo, históricamente las mujeres son las que realizan el trabajo maternal.
Este concepto de cuidado amoroso podría y debería servir de paradigma para definir las relaciones sociales en su conjunto. Se trata de establecer una ética de la responsabilidad y convertir el cuidado en un tema políticamente relevante. “La protección del mundo debe llegar a parecer una extensión natural del trabajo maternal.” La sociedad en su conjunto debe ser protectora, cuidadora.
El cuidado exige una atención política, es un gesto amoroso con la realidad, con la vida porque se la cuida. Como Leonardo Boff, sin cuidado nada de lo que está vivo, sobrevive. El cuidado se opone así a la violencia, porque la violencia destruye, y el cuidado sostiene y protege. Contra la cultura de la violencia, las feministas proponemos la cultura ética del cuidado, que es la cultura de la vida. Y quedando claro que el feminismo defiende la ética del cuidado, pero no sólo para lasmujeres. La ética del cuidado debe ser universal.
Alba Carosio, Colectivo La Araña Feminista.

Tres Poetas Tres...Otomí, Nahua, Mixteco...

Tashimay
T’axmöi
Thaaayrohyyadi
Aconteció un día
el duende nos reunió
y nos dijo:
sepan cuidarnos
mas si no nos aman
y permiten que entren los extraños
habremos de irnos.
Nos llevaremos el agua
para que tengan sed
ya no vivirán bien
mirarán secarse los berros
acabarse los peces
Presenciarán la huida de la vida
Verán desaparecer el riachuelo
‘Nahpa bi thogi
Kä ro tsi minthe bi munts’igihe
njaua bi mä
gi pädi gi föhkihe
pexo ‘bu hingi mähkigihe
‘bu gi hyegidu da ñut’i ya ‘ña’ñu
xo go möhme
go tuxihe ro dehe
pa gi tunthehu
ya hingi ‘mufu ra zö
xo gi nuhu di ‘yoti ya tsi zanthe
gi nuhu di thehya tsi möi
gi huhu di ‘rnhu ro nzahki
gi nuhu di nxa ‘yu ro ‘ñuthe
Thaayrohyyadi, escritor e intelectual otomí, originario de Temoaya, Estado de México. Autor de los poemarios La palabra sagrada/Ro Mähki Hña y La palabra florida otomí olmeca/Ro Doni Ñatho Ñähñu ‘Nuhmu ‘Ñuho. Tradujo al ñahñu a Sor Juana Inés de la Cruz para niños: Behñä Juana nes Pont’i pa ya tsi bähtsi(2002).

Tlakuikal: poesía

Sixto Cabrera González
Poesía

Vestido de gala
entre la tarde y el sol
el ciruelo.
Tlakuikal

Tlakentok ika kuali tsotsol
Itlajko teotlak iuan tonal
yej tlakilo kuauitl.
Nocturno
La noche se quiebra
y rescata los rayos omnipotentes
de la luna
El poema se hace eterno
en el manto acuífero
de Atzompa
En la palabra agrietada
En las pisadas suicidas
que se encaminan al olvido
Nocturna luz
nocturno sueño
en que el recuerdo
va cediendo
lejos de ti
Youak
Youak posteki
iuan kipankixtia itonaltlamayouan in
meetstli
In xochikuikatl mochiua semjkak
itech ameyal
Atzompa
Itech tlajtol sisiototok
Itech tlaikximej momiktiaj
tlen mo ojmelauaj in elkaual
Youak tlauil
youak temiktli
tlen itech tlalnamiktli
mokajtij
El tiempo se detiene
en la biblioteca

I
En la ventana canta el gorrión,
atrás de mí
en el capulín
siguen las frutas verdes
de tu ausencia.
II
En la ventana canta el silencio,
a mi costado
en la silla vacía
sigue arraigada la esperanza
y el olor huérfano
de tu ombligo.
III
En la ventana todo sucede,
miradas
y conjuros a distancia,
gotas que resbalan,
recuerdos que rebotan
sobre la transparencia del vidrio
lavados por el ritmo de una pincelada.
Panolistli moketsa itech
amochkali
Se
Itech tlanextiloyan tlahuika molotl,
nokuitlapan
itech kapulkuauitl
ompa katej tlakilomej xoxouikej
moyajkayotl.
Ome
Itech tlanextiloyan tlahuika ichtakayotl,
nonauak
itech ikpali amitlajkipia
kisentoka ompakaj neluayotitok yolchikaual
iuan i ikno ajuiakyo
moxik.
Eyi
Itech tlanextiloyan nochi panoua,
tlachialistij
iuan naualtlapajtianin sanuejka,
achipinaltij tlen moxotomaj,
elnamikilistij tlen mouitekitiuej
ipan chipauak teskatl
ika sanyolik tlatlapaluianin kinpakaj.

Sixto Cabrera González (Atzompa, Veracruz), poeta en lengua náhuatl. De él dice el autor mixteco Kalu Tatyisavi: “Ante la síntesis en los poemas de Sixto, imposible no recordar a Matsuo Basho, cómo no recordar la poesía breve japonesa” (Periódico de Poesía, 65, unam, México. Diciembre de 2013).

Los hombres del lodo
Tia ndeí
Lorenzo Hernández Ocampo
(A Ciudad Nezahualcóyotl)
Mansión de agua
bebedero de jaguar,
mujeres y  hombres de nitro,
hibridación de volcán
arcillas de sangre, almas de barro,
otoño de golondrinas
los hombres de lodo.
(Ñoo Ntsigua’u)
Veé ka’no tekui
nde xi’i tekui tsika’a,
ña’a te tia ño’o ua’a,
na’i dandena’a yuku yua’a,
nii nde’i ini ño’o
yoo ita laa
tia nde’i.
                          Lorenzo Hernández Ocampo, poeta ñuu savi, o mixteco.
 

Cruce El Naranjo-Tenosique, Tabasco. Foto: Prometeo Lucero

Thursday, March 06, 2014

Aparece Rebeldía Zapatista, publicación para dar a conocer la palabra del EZLN


Hermann Bellinghausen
 

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) dio a conocer su nueva publicación, Rebeldía Zapatista, dirigida por el subcomandante Moisés. Será un medio, se anuncia, para dar a conocer la palabra del EZLN.
Ya llevamos 30 años de construcción de cómo pensamos vivir mejor, está a la vista del pueblo de México y del mundo. Humilde pero sanamente decidido por los pueblos de decenas de miles de mujeres y hombres, de cómo queremos gobernarnos autónomamente, explica el mando zapatista en el editorial del primer número.
Nada oculta lo que estamos haciendo, que lo que buscamos, lo que queremos, está a la vista. No es igual lo que nos hace los malos gobiernos, o sea los tres malos poderes, el sistema capitalista todo a espaldas del pueblo. Estamos compartiendo a los compañeros y compañeras de México y del mundo nuestro humilde pensamiento de un mundo nuevo que pensamos y queremos.
En su primera entrega, Rebeldía Zapatista presenta testimonios de decenas deguardianes de los cinco caracoles rebeldes, quienes participaron en las tres rondas de la Escuelita Zapatista que se han celebrado a la fecha.
Las zapatistas y los zapatistas que somos, rebeldes en nuestra patria mexicana porque somos amenazados de destrucción junto con nuestra madre tierra, debajo del suelo y por encima de nuestro suelo, por los malas personas ricos y malos gobiernos, que todo lo que ven piensan en convertir en su mercancía, que se llaman capitalistas neoliberales. Quieren ser dueños de todo, escribe Moisés.
Son destructores, asesinos, criminales, violadores. Son crueles, inhumanos, torturadores, desaparecedores, son unos corruptos y todo lo que se puede pensar de males, así son ellos, no piensan en la humanidad. Más bien son inhumanos. Unos cuantos ellos y todo lo deciden de cómo quieren dominar a los países que se dejan dominar, los han convertido en sus fincas los países subdesarrollados, los han convertido de capataces a los llamados gobiernos capitalistas subdesarrollados de cada país. En el nuestro, señala, ahí están el presidente Enrique Peña Nieto y el gobernador de Chiapas Manuel Velasco Coello.
En esta lucha y estas páginas, apunta el subcomandante Moisésse trata de libertad y de construcción de un mundo nuevo distinto a como nos tienen los capitalistas neoliberales. Y luego es el pueblo quien está compartiendo, o sea directo la base que es pueblo, no sólo sus representantes.
Una parte del número inaugural de Rebeldía Zapatista difunde expresiones y mensajes de rebeldes, anarquistas en esta ocasión, que no son indígenas y comparten cómo piensan y cómo ven de este sistema que quiere acabar la planeta tierra.
Ante todo en la revista, prevé el EZLN, empezarán a escribirse las palabras y (el) pensamiento de nuestras compañeras y compañeros bases de apoyo zapatistas, familias, guardianas y guardianes, maestras y maestros de la escuelita. En los primeros números aparecerán “las evaluaciones en la palabra de maestros, votanes, familias y coordinadores de la escuelita en las zonas de los cinco caracoles”.



Wednesday, March 05, 2014

Cátedra José Emilio Pacheco


Carlos Martínez García

E
n la UNAM se va a crear la Cátedra de Lectura José Emilio Pacheco. Así lo anunció el rector José Narro Robles al inaugurar la recién concluida Feria Internacional del Libro que anualmente se realiza en el Palacio de Minería. La intención primaria de esa cátedra será contagiar a nuestros más de 337 mil estudiantes por el gozo de la lectura y la escritura para enriquecer su formación profesional y personal, para hacerlos más conscientes de su lugar en la sociedad y en el mundo. Vamos a convencerlos de que la lectura y la escritura son excelentes caminos a la libertad y la superación.
Entre los muy variados temas para estudiar en la vastísima obra de José Emilio Pacheco está el de hurgar en la producción escrita del personaje acerca de cómo ejerció el gozo de la lectura de libros, la defensa que hizo de ella y la difusión constante que practicó del hábito de leer mediante la sencilla forma de compartir lo que leía, sobre todo en su arrobadora columna Inventario.
En un artículo publicado en el antiguo unomásuno, en el lejano año de 1982 (17 de diciembre), José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis arguyeron en su escrito (El derecho de leer) sobre el despropósito gubernamental de pretender gravar con el IVA libros y revistas. Consideraban que la medida tributaria era castigante de una actividad, la lectura, que debería ser protegida dado el panorama desolador por el abandono del Estado a instituciones que deberían contribuir con acervos amplios y disponibles para quienes quisiesen hacer uso de ellos: entre las inmensas carencias nacionales figura la falta de un sistema de bibliotecas públicas con un mínimo de eficiencia y actualización.
En otro artículo (La guerra contra el libro, 29 de agosto de 1983), igualmente publicado en el mismo diario), Pacheco y Monsiváis señalaron que pese a campañas publicitarias por parte del gobierno federal, en las que se encomiaba la lectura, en realidad lo que existía era una silenciosa, aunque muy efectiva, política depauperante, cuyos efectos educativos y culturales obstaculizaban el acceso a libros por parte de la gran mayoría de la población.
Entonces, y hoy, el mensaje realmente existente era que leer libros, revistas y periódicos es para quienes tienen el poder adquisitivo para hacerse de semejantes bienes culturales. Pero aquellos que poseen tal poder en un amplísimo porcentaje no ejercen su capacidad adquisitiva haciéndose de materiales para leer. Porque, como “se ha mitificado su condición secundaria, subalterna, de asunto superestructural […] el placer de la lectura queda ideologizado e inscrito en el mismo nivel que una ida a un centro nocturno muy exclusivo”.

Yakiri Rubio: el delito de la legítima defensa


Adolfo Gilly
L
a Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) mantiene en prisión desde el 9 de diciembre del pasado año 2013 a una joven de 20 años, Yakiri Rubio, por haberse defendido con todas sus fuerzas de su violador que la agredía cuchillo en mano; y por haberlo hecho, ya herida, con tanta decisión y energía que el agresor recibió en el cuello una herida cortante de su propia arma y murió desangrado. El hermano del violador, que participó de la agresión y huyó después de la escena, ahora aparece como parte acusadora de la mujer violada.
La denuncia de Yakiri, presentada cuando escapó del hotel escenario de la violación, ante el primer personal policial que encontró en la calle y repetida después ante el Ministerio Público, fue dejada de lado por ese Ministerio. Éste, en cambio, dio curso a la acusación contra Yakiri de homicidio calificado según la denuncia del hermano del violador, partícipe de la violación y luego prófugo.
El 17 de diciembre el juzgado 68 penal, a cargo de Santiago Ávila Negrón, dictó un auto de formal prisión por homicidio calificado y Yakiri Rubio fue encerrada primero en la cárcel de Santa Marta Acatitla y después en la de Tepepan.
La sucesión de estos hechos y de las arbitrariedades de la PGJDF y del Ministerio Público constituyen un escándalo judicial. Se trata de un caso flagrante de denegación de justicia a la mujer violada y de protección a sus agresores: así estamos viendo funcionar la justicia penal en esta nuestra ciudad de México, que a través de largas y duras luchas habíamos conquistado –o así lo creíamos– para la democracia, la convivencia en paz y la justicia.
¿Quién maneja esos hilos, quién permite que la mujer violada sea acusada de resistir y defenderse de su agresor? ¿Quién ampara hoy la antigua práctica de mirar para otro lado cada vez que una mujer denuncia, o de hacerle preguntas capciosas y comentarios salaces o dudosos? ¿Es delito resistir y defenderse del violador, jugándose literalmente la propia vida? ¿Cuál sórdida solidaridad masculina ampara estas conductas?
¿Quién entre las autoridades no ve o no quiere ver la degradación violenta de la política y de la justicia que estamos viviendo? ¿Quién no se da cuenta del acecho de los viejos poderes, desplazados desde 1987 por el masivo voto ciudadano, en pos de recuperar para el Señor de Los Pinos la que antes era territorio bajo su mando y joya de su Corona? ¿Nos deslizamos una vez más hacia los modos –actualizados– de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, allá por 1968? ¿Tendremos de regreso a los ministerios públicos y los jueces de entonces, que no veían las huellas de golpes y torturas en los cuerpos y se les extraviaban las constancias médicas que lo registraban?
¿Estamos en las mismas? ¿Es delito que una mujer se defienda de un violador armado de un afilado cuchillo? ¿No basta mostrar las heridas recibidas con esa arma y las precarias condiciones en que la mujer violada tiene que presentar su denuncia? ¿Se vale que la fiscalía permita que desaparezcan del expediente las constancias del primer examen físico de Yakiri después de la agresión, donde se consignan veinte lesiones en su cuerpo? Como anotó Gabriela Rodríguez en estas páginas de La Jornada (Escorpión, 7 de febrero de 2014, p. 23), fue la intervención y la exigencia de la defensa de Yakiri Rubio la que obligó a que el expediente médico perdidoreapareciera. Anomalías semejantes y aún peores denunció Lydia Cacho en enero pasado.
¿Entonces qué? ¿Tendrá la niña violada que pasar años en prisión, como los presos de Atenco, para que se reconozca su inocencia? ¿Tendrá que esperar un indulto presidencial dentro de 13 años –en 2027, digamos– como sucedió con Alberto Patishtán?
La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) ha presentado ante las instancias judiciales del Distrito Federal un documentado alegato de cuarenta y cuatro páginas que en sus partes conclusivas rescata, entre otras pruebas desechadas u omitidas por dichas instancias, el dictamen de criminalística emitido por Juan Manuel Valle Martínez (p. 36). De este dictamen, dice la CDHDF, se desprende que Yakiri presentaba heridas cortantes en ambas manos producidas al hacer contacto con la parte metálica y el filo del instrumento, con características de arma blanca, situación que demuestra que el hoy occiso empuñaba dicho instrumento, elementos que permiten desprender que la conducta atribuida a Yakiri Rubí Rubio Aupart se desplegó en legítima defensa de su vida.
¿Entonces qué? ¿Es delito que una mujer resista y rechace al agresor con los medios a su alcance? ¿Es delito que una mujer sea valiente? ¿O alguien teme que el ejemplo se extienda?
Yakiri Rubio es víctima inocente. Debe salir libre, ya.

Monday, March 03, 2014

La presencia poética de Efraín Huerta



Efraín Huerta, Autorretrato
Juan Domingo Argüelles

Muchos han querido definir la postura estética de Efraín Huerta (1914-1982), etiquetar su obra, motejar su estilo, caracterizar su búsqueda literaria. No es cosa fácil, por fortuna, constreñir a Efraín Huerta en una sola dirección.
David Huerta, prologuista de la Poesía completa de su padre, afirmó con una muy objetiva visión apasionada e informada: “Lo que Efraín sí era puede decirse en unas cuantas palabras: un poeta sin el menor interés por hacer una carrera literaria convencional.”
Efectivamente, la carrera literaria de Efraín Huerta es anticonvencional desde el momento mismo en que, para él, el prestigio no es esa cursilería perseguida en mayor o menor medida por los escritores y en general por los artistas. El desparpajo de Efraín Huerta alcanza grados de escándalo “intelectual” cuando declara abiertamente que es un desordenado. Decir esto en un medio donde el que menos presume asegura que sigue un método y que escribe de pie (seguramente para que las ideas sean elevadas) o con un whisky a un lado, etcétera, es caer en el desprestigio del “momento supremo”. Pero no se crea, sin embargo, que Huerta no asumió la poesía como algo fundamental en su existencia. El desorden –hoy lo podemos decir sin mucho escándalo– es también un métodoválido en la poesía cuando produce resultados espléndidos.
David Huerta aclaró que su padre era “un lector voraz y desordenado, pero de un ejemplar sentido del orden en el momento de sentarse ante la máquina de escribir, con libros y recortes a la mano”. Efraín Huerta se declara también “antipoético por excelencia”. Pero, ¿por qué no habríamos de entender esa gozosa ironía como un guiño más de su sentido del humor? Si hay algo de verdad en esa revelación, que convoca al escándalo de los solemnes, tiene que ver asimismo con la manera en que Efraín Huerta no entendía la poesía. En un medio donde casi todos los poetas declaran, y lo dicen en serio, que la poesía es su vida misma y que si no pudieran escribir más, morirían, Efraín Huerta ríe gozosamente de esos ridículos afanes de trascendencia, y con genuina indiferencia ante la gravedad de los solemnes declara: “El que escribe al último/ Escribe mejor/ Yo apenas empiezo.”
La originalidad de Efraín Huerta no sólo está en sus gozosas ocurrencias, sino también y sobre todo en el sustento de una sensibilidad plenamente despierta y en una rapidez de inteligencia envidiables. Quien lea con atención el “Manifiesto nalgaísta” o las “Barbas para desatar la lujuria” podrá darse cuenta de que su autor goza, se divierte con el idioma, se solaza con las palabras, con un sentido evidentemente literario. Nadie que sepa leer podría decir que ese es el único Efraín Huerta posible. Del mismo modo que el albur cotidiano pierde toda eficacia si carece de rapidez y adecuación al momento, es obvio que todo albur ya sabido y manido pierde su razón de ser, porque carece de la chispa incendiaria del doble sentido del lenguaje. La divertida lujuria de la poesía última de Efraín Huerta es realmente liberadora porque deslumbra en su eficacia verbal, que por lo demás no se repite.
Con su particular estilo de definir las cosas, Efraín Huerta escribió: “Creo que cada poema es un mundo. Un mundo y aparte. Un territorio cercado, al que no deben penetrar los totalmente indocumentados, los huecos, los desapasionados, los líricamente desmadrados.”
Si, efectivamente, leemos cada poema de Efraín Huerta como un territorio aparte, percibiremos que cada uno de ellos responde a una emoción y a un impulso vital particular, pero que casi nunca se vuelve lugar común. Es inevitable apreciar tres momentos distintos de la obra poética huertiana; pero aun los poemas que pertenecen a un mismo período de creación, aunque conserven el aliento similar no padecen los defectos de una estética convertida en receta.
¿Cuántos poemas no hubiera podido escribir Efraín Huerta en la misma tesitura de “Avenida Juárez”? ¿Y cuántos no hubiera podido hacer con los mismos elementos de “Los perros de Dios o las tribulaciones del Arzobispo”? Sin embargo, no cayó en ese facilismo.
Al releer la Poesía completa de Efraín Huerta una de las cosas que más salta a la vista es que se trata de una obra diversa. Los poemas de tono político, por ejemplo, no ensombrecen de ninguna manera a los poemas amorosos, que son muchos y afortunados; los textos más breves (y no estamos hablando en este caso de los poemínimos, que se cuecen aparte) son variados: canciones, postales, coplas, sátiras, etcétera; los textos de ocasión, no por ser circunstanciales dejan de tener una intensidad deslumbrante; luego tenemos los poemínimos que, cuando aciertan, son verdaderamente resplandecientes.
El mejor Efraín Huerta es ese irreductible escritor que puede incluso bromear pero que jamás olvida la triste realidad que padece su país. Y conste que con esos temas explosivos Efraín Huerta bien hubiera podido escribir panfletos o documentos. No lo hizo así; por encima de todo es un poeta, y aun en sus textos más declarativos es posible advertir su enorme sensibilidad y su indiscutible talento.
Tres cosas, por encima de otras, destacan a lo largo de la poesía de Efraín Huerta: la claridad, lo prístino (esto es: la luminosidad, el alba, y no en vano dos de sus libros llevan por títulos Línea del alba y Los hombres del alba); el amor (en todas las posibilidades, desde la serena admiración hasta la desatada lujuria, pasando por momentos de intenso erotismo, y aquí sus libros se titulan Absoluto amor, Poemas prohibidos y de amor, Los eróticos y otros poemas, Circuito interior); y, finalmente, en esta trinidad de impulsos está la rebeldía (presentada también en diversos tonos: desde la protesta llena de ironía, sutil, hasta el tremendo grito y el estruendo del denuesto y la maldición, pasando por elevados ejemplos de un humor burlesco que constituye dulce venganza contra lo que el llama “las bestias”, y aquí también hay títulos de libros que delatan sin ambages esa rebeldía: Poemas prohibidos y de amor, Estrella en alto y Poemas de guerra y esperanza, además de otros muchos poemas contenidos en títulos menos obvios).
Claridad, amor y rebeldía componen una obra poética que no tiene nada de elemental en el sentido o en los sentidos que podemos hallar en cualquier diccionario de sinónimos: simple, obvio, fácil, corriente, etcétera.
La obra total de Efraín Huerta es un espléndido fragmento de la poesía mexicana. Leerla y releerla, no sólo con fervor sino también con atención, nos conducen a un placer y a un conocimiento mayores de este gran poeta que, en el “Borrador para un testamento”, escribió: “por la piedad que profeso/ por el amor que me mata/ por la poesía como arena/ y los versos, los malditos versos/ que nunca pude terminar,/ dejo tranquilamente/ de escribir”.
La vida y la obra de Efraín Huerta podrían definirse con una sola frase: honradez intelectual. Envejeció y se fue con dignidad (humana y literaria), cosa verdaderamente difícil en este tiempo y en cualquier tiempo. Su epitafio lo escribió en 1970: “A las/ Honorables/ Autoridades/ Marítimas/ Celestes/ Y terrestres:/ No/ Se culpe/ A nadie/ De/ Mi/ Vida.”

Huerta, el humorista


Ricardo Guzmán Wolffer




La amplia obra poética de Efraín Huerta (1914-1982) permite aproximaciones a las muchas vetas en ella existentes. Una de las inevitables es la prosa escondida en el terso hilar de la lírica con tendencia a la impresión de lo inmediato. Muchos de los poemas de Huerta podrían ser cuentos o bosquejos de historias mayores, pero es la intención de llevar la poesía a los lugares más contiguos lo que hace recordables sus creaciones. Bastaría hurgar con paciencia en sus versos para entender que lapoiesis también da para hacer crónica, tanto urbana como capitalina y, sin duda, de los muchos viajes del autor. Además, para encontrar el humor en la obra de Huerta no es necesario buscar demasiado: muchos de sus textos son precisamente una broma o una burla, escondida en lo sintético del verso o en la exposición clara de esa mofa.
Algunos de los poemas humorísticos son de doble interpretación. En “Mandamentada” se ordena amar a la patria como a sí mismo: es un mandamiento que en otras épocas de la historia nacional era real, los ciudadanos vivían con la idea de pertenecer y servir a ese país del que se esperaba todo y algunos podían obtener riquezas para varias generaciones. Pero el amor a ese mismo país en la poesía burlesca de Huerta resulta un mandamiento que termina en ser una mentada de patria, un insulto el equiparar a esa nación con cualquiera de nosotros. La vigencia del poeta no puede ser más evidente: ahora, ante la polarización de la sociedad mexicana, especialmente en el tema económico, para muchos será como una mentada de madre el sugerirles siquiera que debe amarse a la patria tanto como a uno mismo.
El humor en lo erótico es recurrente en Huerta: en “Mis Himalaya” habla de una mujer de pechos tan amplios que son como enormes montes (los del Himalaya, por supuesto). Y el humor viene de la hipérbole: no sólo son como unos montes (lo que ya implica una exageración) sino que son los más grandes del planeta, al extremo de afirmar que “son el/ pecho/ del/ mundo”, como si pudieran ser vistos desde fuera del planeta. No sabemos si esta descripción decanta en admiración o en repudio. En “El corrido del caracol” (cuyo título es ya un divertimento) nos habla de las peripecias del teatro y sus intérpretes, en una función para la “prensa gremial”.
Pocos son los actores sociales que no pasaron por la lente corrosiva de Huerta. En “Los perros de Dios, o las tribulaciones del Arzobispo” habla de la vanidad de un Arzobispo que ya se siente cardenal: es tanto su deseo de elevarse, de llegar al cielo de su propia petulancia, que es como si estuviera en un elevador. En lugar del recato esperable, este religioso  está “enamorado de Merle Oberón”, se retrata con la piernuda Rosita Fornés, inaugura el Tívoli y, entre espectáculos y bailes, insiste en molestarse por no ser cardenal. La manera en que el dinero embellece a su poseedor es tratada en “Heredera”, donde ésta camina como flamenco y garza, lentamente, por cargar medio millón de pesos en cada nalga.
En “Ay poeta” se burla de sí mismo: se complace, primero que nada, en ser un buen poeta de segunda, del tercer mundo. En “Horrible muerte”, tras recibir puntapiés en la entrepierna, muere confortado por haber recibido “todos/ los auxilios/ espirisexuales”. En “Oración” sufre bonitamente, pero le pide a Dios que lo libere de los “malos/ sufrimientos”. En “Definición” juega con la identidad fonética entre ser “un impecable masoquista” cuando resulta que era un “implacable Maoísta”. En “Recado” (relativo a los que dejan los suicidas), lo dirige “A las/ Honorables/ Autoridades/ Marítimas/ Celestes/ Y terrestres:/ No/ Se culpe/ A nadie/ De/ Mi/ Vida.” En “Hermafrodisiaco” describe estar completo pues no le faltan hombres y no le sobran mujeres. En “Dos” habla de cómo le gusta beber dignamente acompañado: “solo/ y/ mi alma”. En “Neologismo” se burla de la costumbre poética de inventar palabras para rimar o lograr los octosílabos: refiere la palabra “tarúpido” que sólo es la mezcla de ser tarado y estúpido. Se burla de la referencia que le hace el Diccionario Larousse, donde se le refiere como escritor de versos de contenido social, cuando –afirma– en realidad escribe versos de contenido sexual. Aunque sabe, en “Por supuesto”, que algún día ya no funcionarán sus “luces ereccionales”. Menciona viajar en LSD Airways, donde es atendido por una celestial “aeromusa”.
El humor de Huerta, además de culto, es sobre las formas y lo inmediato, pero permite advertir el registro de una sociedad que tiene las referencias de cada época y que Huerta inscribe en sus distintos viajes por el tiempo, con mirada de cronista, pero con boca de poeta: uno alegre. A algunos escritores la necesidad de escribir en octosílabos o con la obligada metáfora termina por obstaculizarles el resultado. Huerta pertenece a los autores que logran hablar con una engañosa ligereza que no oculta el bagaje literario tras esos pequeños (de extensión) poemas. Incluso en poética testimonial, como “Puebla endemoniada” o “A los que (no) descansan en paz”, y muchos de los incluidos en “Circuito interior”, donde se habla de muertes, de amores profundos, hay un atisbo de esa alegría que si en otros poemas llama a la sonrisa franca, aquí lleva a la introspección. Es, como refiere al final de “Puebla endemoniada”, una “amarga alegría” que no deja de ser portadora de ese júbilo, aquí soterrado por la masacre de la que habla, ya sea colectiva o individual. Aun en la tragedia, en “Matar a un poeta cuando duerme”, cuando se habla de un asesinato brutal a los ojos de Huerta, refiere que los chacales prefirieron matar al autor dormido, pues “los pobres poetas son muy sensibles”, para retomar esa amargura que no evita la salida del humor.
Como uno de tantos epitafios, en “D.D.F.” (ahora G.D.F.) nos deja una señera despedida con la cual podríamos irnos para conceptualizar la obra de Huerta: “Dispense/ usted/ las molestias/ que le/ ocasiona/esta/ obra/ poética.”