Friday, March 13, 2015

La realidad se escribe con otras letras

Eduardo Galeano 


Román Cortázar Aranda



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El año pasado Juan Gelman, muerto hace poco, publicó Hoy,su último libro. Ahí le dedica un poema a su amigo Eduardo Galeano. Las afinidades entre ambos son indudables. Se reconocieron siempre en la militancia política pero lo mismo puede decirse de sus ideas del arte y la literatura. A partir de octubre de 1973, los números de la legendaria revista Crisis, que dirigía Galeano, salieron con Gelman como secretario de redacción. Aunque es muy de Galeano el enfoque que en sus páginas se le da a la cultura, no le es exclusivo su centro de gravedad: las ideas, las artes y la crítica girando alrededor de la memoria. El carácter de la revista era el carácter de sus hacedores. Ernesto Sábato los definió como “una dirección marxista”. Pero la verdad es que su hostilidad hacia la realidad no provenía sino de una moral y una pasión. Crisis no se preocupó sino por expresar nuestra cultura. Su verdadero culto. Hace no tanto, Gelman me confió que valdría la pena situar a Galeano: “su literatura demuestra que él nunca estuvo encerrado en la literatura”. Y también que un soplo poético recorre su obra. Hay que decirlo: antes sus libros la crítica ha cerrado los ojos. Poco se salva. De ahí estas páginas.
Es bastante absurdo que me ponga yo aquí a hablar de que los escritores no tienen rostro porque su obra es su rostro. Y sin embargo, al poner manos a la obra, van apareciendo las facciones de un Galeano que siempre dudó de la realidad, que no se propone tanto conquistar lo asombroso como descubrir el mundo que las apariencias esconden. Quiere ir a sus huesos. Una cosa sabemos: el lenguaje poético es más que armadura. Su función es simultánea: vistiendo desviste. Pero ¿qué? No sería pretencioso decir que la vida. Creo que fue Tomás Segovia quien dijo que si la poesía no ayuda a vivir entonces es indigna de mí y no vale la pena. Poesía y pensamiento. La obra de Galeano es indivisible. Para entender este lenguaje debemos entrar en la corriente que lo circula. Cada fragmento es alusión de una secreta totalidad y reacción a lo que está enfrente. En apariencia, cuenta lo que vio y vivió, y lo reduce a su imagen, sin embargo, la extrañeza del mundo no es invención del autor: es imagen de la realidad. Composiciones que son, simultáneamente, descomposiciones y recomposiciones.

LAS VENAS ABIERTAS DE EDUARDO GALEANO
La poesía mueve hacia lo desconocido porque entabla un diálogo con el mundo. El íntimo deslumbramiento lleva a la revelación y a la comunión. En realidad, parece que esto lo supo Galeano siempre. En 1976, cuando su nombre fue incluido en la lista del escuadrón de la muerte y se exilió en España, su palabra cobró plena significación; o más exactamente: para vivir de veras la vida debió afirmar el nosotros. Ante la bancarrota de la libertad, enDefensa de la palabra, Galeano anotó: “Uno escribe a partir de una necesidad de comunicación y de comunión con los demás, para denunciar lo que duele y compartir lo que da alegría. Uno escribe contra la propia soledad y la soledad de los otros. Uno supone que la literatura transmite conocimiento y actúa sobre el lenguaje y la conducta de quien la recibe; que nos ayuda a conocernos mejor para salvarnos juntos”. Antonio Machado se dio cuenta de que el poeta moderno se canta a sí mismo porque no encuentra temas de comunión. Pero la obra de Galeano ofrece una vía: desemboca en la historia.
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Eduardo Galeano
© Escritores.org
El libro que le dio fama a Galeano fue un ensayo, testimonio de su disidencia. No es extraño que la poesía lo haya provocado. La llamo poesía porque, como bien lo señaló Octavio Paz, ella cristaliza en situaciones extremas: una, de soledad; otra, de comunión. La actitud de Las venas abiertas de América Latina puede reducirse a la postura de su autor frente a la realidad. Se acerca la hora del cambio. “La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para que América Latina pueda renacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus dueños, país por país. Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres”. En el interior de cada palabra lo más importante no es lo dicho sino lo que siempre está a punto de decirse. Así los significados reverberan. Creo que ésta es la clave para entender la fuerza vital que se pasea por Las venas abiertas de América Latina. La rebelión, íntima discordia, llaga incurable, lleva a la revolución, los otros que somos nosotros. No obstante, para convivir con la otredad hay que vivir el amor, y viceversa. El amor, su densidad, nos descubre la forma más alta de la libertad. Motor de la subversión, es un punto de partida, peligroso y radical. Y así se inicia una vasta transformación de la realidad. Hernández, arrasado por relámpagos, lo pone en claro en un emotivo poema: Después del amor. El final enciende, con su vibrante factura, el rescoldo de la proximidad escondida: “Después del amor, la tierra. / Después de la tierra, todo”. Pues bien, si el ser humano, alzado sobre sus rodillas de humo y sitiado por el sí mismo, no puede transformar su propio monólogo, aturdido por el desamor, el resultado es el silencio y la conciencia se disuelve en el aire.
La obra de Galeano es una exploración. Acerca su oído a las historias que caminan en la espalda de la historia. No le preocupa sino contarlas. Costumbre de poeta: anda a la caza de nuevos significados.
Rodeada por los vencedores, Elisa cava con sus uñas una fosa para Solano López.
Ya no suenan los clarines, ni silban las balas, ni estallan las granadas. Las moscas acribillan la cara del mariscal y le acometen el cuerpo abierto, pero Elisa no ve más que niebla roja. Mientras abre la tierra a manotazos, ella insulta a ese maldito día; y se demora el sol en el horizonte porque el día no se atreve a retirarse antes de que ella termine de maldecirlo.
Esta irlandesa de pelo dorado, que ha peleado al mando de columnas armadas de azadas y palos, ha sido la más implacable consejera de López. Anoche, al cabo de dieciséis años y cuatro hijos, él le dijo por primera vez que la quería.
Este texto sobre Elisa Lynch, como tantos otros, pretende resolver la oposición entre historia y poesía, hecho y mito. Quiere redimir el lenguaje para que no se estrelle en la nada. Según Ricoeur ficción es, en el fondo, hecho. Fingir es hacer. El mundo de la ficción es ―¿por qué no?― el mundo de los hechos. No siempre su escapatoria. El más allá también está más acá: es memoria de los hechos. Esto lo tenía presente García Márquez cuando observó que en América Latina y el Caribe los artistas han tenido que inventar muy poco, su tarea ha sido otra: hacer creíble su realidad. Galeano no se resigna a la palabra sin ojos en la nuca. Porque sin historia la poesía no podrá cantar para trasmutarla. Es natural que, ante el quehacer despótico de los hechos y la injusticia del orden imperante, la actividad poética, para no degradarse hasta los andrajos, hurgue en las catacumbas del orden. Conmovedora traición: se reconcilia con lo intocable. Es decir, tropieza consigo misma. Rebelde, acumula fuerzas en el subsuelo de la historia. Su corazón espera, como escribió Machado, “otro milagro de la primavera”. En 1980 Galeano escribió Diez errores o mentiras frecuentes sobre literatura y cultura en América Latina. Este ensayo prolonga aquél de 1976. Vistos de cerca, ambos constituyen un manifiesto. Mientras que el primero se inclina por una literatura que enciende conciencias y revela la realidad bajo palabra, el segundo tiene un proyecto: la conciencia de las palabras, con todos sus esplendores y rarezas, lleva a la conciencia de uno mismo.
A la palabra prendida de este vértigo le brota un albor en medio de la tiniebla. Armado de la conciencia, con el sol en los labios, el poeta rehúsa las apariencias. Galeano expresa este estado: “Revelar la realidad no significa copiarla. Copiarla sería traicionarla, sobre todo en países como los nuestros, donde la realidad está enmascarada por un sistema que obliga a mentir para sobrevivir y que cotidianamente prohíbe llamar a las cosas por su nombre”. Liberación y sometimiento: la creación consiste en sacar a la luz la parte más secreta de nosotros mismos y, simultáneamente, someter la naturaleza a un orden que le es extraño. Esto lo sabía Aristóteles. Y también la crítica ―sobre todo literaria― que petrificó el dialecto de Aristóteles. Su filosofía, que explota principalmente la distinción entre el ser y los entes, fue degradada hasta una totalidad insoportable. Esta exageración culminó en su revisión. Según explica García Bacca en su introducción a la Poética, “imitar no significa ponerse a copiar un original”. La alteración de las causas eficiente y final por obra de la técnica pone a circular en el mundo nuevas entidades. Los entes son idiomas del ser. El oficio del poeta, al derramarse en lo visible y lo invisible, se encuentra fatalmente entre dos extremos: termina lo natural y empieza lo humano. El modelo del poeta es la realidad, pero no copia nada al pie de la letra. En rigor, la imitación es creación original. No es eso todo. En el espléndido Poesía de soledad y poesía de comunión, apogeo de su reflexión apasionada, Paz advierte que en nuestra época “la poesía no puede vivir dentro de lo que la sociedad capitalista llama sus ideales: las vidas de Shelley, Rimbaud, Baudelaire o Béquer son pruebas que ahorran todo razonamiento”. El porqué: la rebelión del poeta reniega de su mundo. Y el efecto es que “si hasta fines del siglo pasado Mallarmé ―por ejemplo― pudo crear su poesía fuera de la sociedad, ahora toda actividad poética, si lo es de verdad, tendrá que ir en contra de ella”. O sea: el yo, prisionero de las reglas del poder, se decide a derribarlo. Esta ambición no turba a los que Galeano llamó Pierre Cardin de las letras. Abogados de la “revolución de la sintaxis”, estos artistas dejan atrás la violencia de los significados: su propensión a la insumisión. Su palabra se vuelve disimulo y aceptación. El orden permanece intacto. Este tipo de escritor, apóstata de la poesía, sirve fielmente a la realidad. Es su parásito.

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