Thursday, December 10, 2015

Las voces narrativas de Gustavo Sainz



El novelista enseña al lector a aprehender el mundo como pregunta.
En un mundo edificado sobre verdades sacrosantas, la novela está muerta.
Gustavo Sainz

El azaroso siglo XX sacudió los fundamentos de la vida humana con múltiples consecuencias. El arte en particular sufrió una metamorfosis al alterarse su proceso evolutivo que, a pesar de diferencias específicas y variedad de estilos, mantenía características estables. En la creación literaria se produjo un rompimiento con los patrones tradicionales de estructura y modos lingüísticos: tanto poesía y teatro como novela y cuento experimentaron un cambio significativo en expresión y forma.
La literatura en español pasó por una doble coyuntura: la revelación internacional de los escritores latinoamericanos y la eclosión de autores que se apartaron del paradigma narrativo. Obviamente este proceso tuvo un factor editorial, en el caso de México el medio se vio ampliado por nuevos proyectos editoriales entre los que sobresalió la editorial Joaquín Mortiz –fundada en 1962 por Joaquín Díez-Canedo después de su salida del Fondo de Cultura Económica– que pronto ofertó un catálogo donde se podían encontrar libros de escritores reconocidos, como Paz, Arreola o Fuentes y notables traducciones de narradores europeos, como Günter Grass o Samuel Becket, pero que también apostaba por una nueva generación de autores mexicanos como José Emilio Pacheco, Ibargüengoitia, García Ponce, Sabines y un largo etcétera.
Algunos de estos escritores noveles produjeron obras que claramente se desmarcaban del camino literario trazado por autores como Rulfo, Paz o Fuentes. Nos referimos a los que Margo Glanz denominó “la literatura de la onda”, que tenía entre sus exponentes a José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña. Estos escritores noveles, ajenos a los ambientes rurales postrevolucionarios, se enfocaron en retratar literariamente un medio urbano confuso y dinámico, escenario cotidiano de una juventud que se encontraba a punto de ebullición. Su presencia en el panorama literario supuso una ruptura generacional porque fragmentaron la compacta estructura narrativa y temática que les precedía e introdujeron nuevas formas de desarrollar historias diferentes, prescindiendo del relato lineal y las voces únicas. Abrieron otra vía para hacer literatura que en la actualidad se amplifica con las posibilidades digitales.
Entre las obras realizadas por estos escritores hay una que se puede considerar, tanto por su repercusión como por su contenido, la piedra de toque que confirmó la realidad de esta nueva época para la literatura mexicana: Gazapo. La novela, publicada por Joaquín Mortiz en 1965, tuvo en un año tres ediciones y fue traducida a varios idiomas. Gazapo es el primero de los diecisiete libros que integran la controvertida obra literaria de su autor, Gustavo Sainz.

Búsqueda

El problema de un escritor joven es encontrar su voz.
Gustavo Sainz

Gustavo Sainz (1940-2015) cuenta que desde niño estaba interesado en escribir: “Yo sentí la necesidad de ser escritor al oír las radionovelas; a los 10 años de edad, cuando cursaba el cuarto año en la escuela primaria, ya hacía un periódico impreso en offset.” (Entrevista con Martha Paley-Francescato,Hispamérica, 1976). A través de una compañera de clase conoce al escritor es-pañol, exiliado republicano, Simón Otaola (1907-1980) que lee unos cuentos de Sainz y se convierte en su asesor de lecturas. Le presta libros de Borges, Faulkner, Carson McCullers… “Me tomó bajo su protección y me prestó los primeros libros serios que leí. Yo tenía 16 años.” En esa época frecuenta a otros jóvenes que luego se convertirían en escritores: “Cuando estaba en preparatoria conocí a mis primeros amigos escritores, hoy famosos, como Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y José de la Colina” (Entrevista con Ivonne Sánchez, Perfiles, 2009).
Sainz se convierte en un lector pertinaz y encuentra tres autores que marcan su obra: Henry Miller, del que heredó la pasión por la temática erótica; Lawrence Durrell que, a través de su obra El cuarteto de Alejandría, le descubrió la posibilidad de relatar una historia desde diferentes punto de vista; y James Joyce, que le enseñó a dar trato literario al diálogo interior de un personaje. Esos escritores tuvieron en la narrativa de Gustavo Sainz una resonancia reconocida por el propio autor: “Yo comienzo a escribir un poco a imitación de Lawrence Durrell y de Henry Miller, que también fue para mí un baño absoluto de ideología, de moralidad, de todo” (Francescato, 1976). “Buscaba copiar la energía y el cinismo de Henry Miller, la melancolía de Lawrence Durrell, sobre todo los pasajes líricos de Justine, libros que estudiaba concienzudamente.” (Autoentrevistas, Conaculta, 2007). “Para escribir después de Joyce habría que extenderse en todas direcciones […] Después de Joyce ya no deberían existir simplificaciones narrativas.” (“Libros de cabecera”, 2004).
A través de esas lecturas el joven escritor se da cuenta de que lo importante es buscar un estilo personal, encontrar una voz propia. “Descubrí que cada escritor debe escribir como es él mismo. Y yo me puse a escribir como un muchacho de la Colonia del Valle, una colonia de clase media idiota, con una lengua que me habían enseñado en la escuela marista y a ser lo más honesto, sincero y directo que pudiera. Y así empecé a hacer mi novela Gazapo.” (Sánchez, 2009). En principio produce una treintena de cuartillas que publica en la revista Cuadernos del viento, dirigida por Humberto Batis; el texto aparece con una nota, “Fragmento de novela”. Gustavo Sainz cuenta: “Entonces el editor de Joaquín Mortiz me llama por teléfono y me dice: ‘Oiga, cuando acabe esa novela yo se la publico, me interesa mucho’.” Tres años tardó en terminar el primer manuscrito y se lo llevó a Díez-Canedo; Sainz relata aquel encuentro: “Le pregunté si me la publicaba. Y me dijo: ‘Claro, se la publico’; dije, ‘bueno, a ver si le gusta’. Y él me respondió, ‘aunque no me guste’.” (Francescato, 1976)
Así nació Gazapo, novela que ya apuntaba las características que marcarían su obra: textos autobiográficos que tratan sobre relaciones personales, juventud, sexo y literatura. También apostaba por la experimentación, dando al lenguaje urbano coloquial un estatus literario que no tenía, e introduciendo recursos que le permitían la creación de múltiples puntos de vista.
Sainz consigue una beca de la Fundación Ford en la Universidad de Iowa donde gesta su siguiente novela:Obsesivos días circulares (Mortiz, 1969). En ella vuelve a desarrollar los mismos temas con un dejo de crítica política y social. El personaje principal lee el Ulises, de Joyce, durante el tiempo narrativo y el texto tiene un final insólito: una frase cantinflesca se repite y crece durante trece páginas. Con su tercera novela, La princesa del Palacio de Hierro (Mortiz, 1974), Sainz logra el reconocimiento, vende miles de ejemplares y recibe el Premio Xavier Villaurrutia. El autor comenta que tenía la intención de dar una voz diferente a cada capítulo y envió uno de ellos a la revista Plural, dirigida por Octavio Paz: “En ese momento está Juan Goytisolo en México y le gusta mucho el capítulo; comemos y me habla de los hallazgos de este ritmo coloquial.” (Francescato, 1976). Ante ese comentario, Sainz desiste de su proyecto primitivo, articula toda la novela con la voz exclusiva de la protagonista y el contrapunto, al final de cada capítulo, de fragmentos de poemas de Oliverio Girondo. El relato se convirtió en un monólogo donde “la princesa” hace gala de una verborrea coloquial frívola y desinhibida. Sainz prendió a los lectores al lograr fundir el lenguaje hablado con la palabra escrita en una obra que ha quedado como un hito en la historia de la literatura mexicana. La novela es relevante y actual, sobre todo por esa coexistencia filológica y el “ventaneo” al modo de vivir y relacionarse de un estrato social que parece persistir después de cuarenta años.

Experimentación

La literatura es desafío, es quebrantar todas las reglas, es experimento, es obra abierta.
Gustavo Sainz

A partir de entonces la obra de Sainz se centra en un camino de experimentación constante. A las novedades temáticas, lingüísticas, gráficas y tipográficas de sus primeras novelas, añade recursos inéditos y ensayos narrativos en sus siguientes obras, que terminan siendo textos corales neobarrocos saturados de citas. Entre sus libros podemos apuntar: Retablo de inmoderaciones y heresiarcas (Mortiz, 1992), un mosaico de imágenes literarias y referencias encubiertas alrededor de personajes que vivieron una época oscura de la Colonia; La muchacha que tenía la culpa de todo (Ediciones Castillo, 1995), un texto donde cada frase es una pregunta; La novela virtual (1998), un libro abierto de trazos postmodernos que, según su autor, “está escrito bajo la estética del pulsador electrónico.” (Entrevista con César Güemes, La Jornada, 29/03/1999); y A troche y moche (Alfaguara, 2002) que, como su título indica, reparte sin medida ni orden aparente, citas, aforismos, datos de todo tipo y elucubraciones.
Mención aparte merece A la salud de la serpiente (Grijalbo, 1991), una recapitulación histórica de la masacre de Tlatelolco escrita desde la distancia física y temporal. Un “proyecto narrativo” hipertextual, donde Sainz enlaza noticias de prensa, cartas y un discurso personal en tercera persona, para reflexionar sobre arte y literatura. El autor cierra un círculo serpentino sobre sí mismo y los escritores de su generación, en-marcado en los hechos que relata.
Gustavo Sainz es un investigador del lenguaje literario porque experimenta con la palabra escrita, con su ritmo y sus interpretaciones; es un escritor consciente de la hegemonía del lenguaje y lo hace protagonista de todos sus textos. Su manera de escribir invita a la participación del lector porque en la mayoría de sus novelas la situación narrativa es ambigua, equívoca. Quizás quiere que apliquemos a su obra el método de lectura que nos comparte en Compadre Lobo (Grijalbo, 1978): “Leer es elegir ciertos puntos privilegiados de los textos, vamos a decir, los nudos del tejido. Y frente a autores que no se ofrecen sino hasta una segunda o tercera relectura, acepto que leer es también trastornar el orden aparente en el que se constituyen los libros, acercar las partes alejadas, descubrir repeticiones, oposiciones y gradaciones.”

El sujeto coral

Pero dime/ –si puedes–/ ¿qué haces/ allí, sentado/ entre seres ficticios/ que en vez de carne y hueso/ tienen letras/ acentos/ consonantes/ vocales?
Oliverio Girondo

En sus libros, Sainz aplica el método del punto de vista múltiple. Para conseguirlo, utiliza el hipertexto e incorpora voces diferentes al convencional narrador único, en primera o tercera persona. Los personajes y medios utilizados para relatar la historia, el sujeto coral, son peones y herramientas del autor para construir un relato poliédrico que nos acerca a la verdad ficticia del hecho narrativo y genera en el lector inquietudes que la visión exclusiva no provoca.
Estas polivoces narrativas de Gustavo Sainz se manifiestan en casi todas sus obras. El autor se vale de personajes, cartas, grabadoras, medios de comunicación, citas textuales o implícitas, conversaciones telefónicas, diarios personales, letras de canciones, ideas y reflexiones, para dar entrada a un coro de voces que son interlocutores de sus experimentos literarios. Sainz se lanza a una aventura narrativa que casi siempre va más allá del territorio explorado.
En Fantasmas aztecas (Grijalbo, 1982) nos deja un ejemplo de esas polivoces: un narrador introduce el libro, el narrador-autor lo relata, el protagonista nos lo cuenta y un personaje femenino nos da su versión de los hechos. En su última novela, El tango del desasosiego (Atemporia Narrativa, 2008) Sainz usa de nuevo la doble voz: el diálogo interior del protagonista con esa entidad ambigua que a todos nos habla desde el fondo de la mente y unas veces nos reprende, otras nos adula o justifica pero casi siempre nos engaña.
Gustavo Sainz supo entender que había dos formas posibles de escribir, “una que pretende devenir precisamente escritura, en configurarse literariamente, en representar la mente pensando, en fragmentarse, en autodestruirse; y otra feliz en sus limitaciones, que se desarrolla con inocencia informativa, sin pretensiones de bien decir, diciéndose, dejándose decir sin atacar la lengua, sin convulsiones de ninguna especie” (Sainz, 1998). Gustavo Sainz optó por el camino difícil, el de representar la convulsión de la mente pensando, nunca se traicionó a sí mismo y se mantuvo fiel a su audacia literaria hasta el final, algo que pocos escritores hacen y que sus lectores debemos de admirar, disfrutar y, sobre todo, agradecer 

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